Por Jon Apaolaza *
Noticine.com-CorreCamara.com
A diferencia del Oscar, cuya entrepierna está oculta por una especie de espada, el Ariel es una estatuilla con las vergüenzas al aire, y este año, han estado más a la vista que nunca. Algo debe cambiar si quieren que estos premios tengan no sólo trascendencia, sino una utilidad profesional.
El camino de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), la más veterana del mundo hispano, no ha sido fácil. El cine es a la vez un arte colectivo e individualista, donde filias y fobias a veces complican la posibilidad de organizarse, y a pesar de que se han realizado importantes avances en los últimos años, es preciso por un lado abrirla a todo tipo de nuevos miembros, artistas y técnicos, y por otro dotar su actuación de coherencia y profesionalidad.
Es cierto que el cine mexicano es el pariente pobre de una industria millonaria (México está entre los primeros mercados cinematográficos del mundo en espectadores), dominada por pocas empresas y legislada por políticos para los que defender la cultura propia es la penúltima preocupación. Demasiadas películas nacionales tienen enormes problemas para llegar a las salas y se estrenan tarde y mal, por otro lado -hemos de reconocerlo- sin interesar mucho al público al que se supone se dirigen, con bastante frecuencia. El caso es que ahora tenemos una cinta como es “La 4ª compañía”, cargada de Arieles, pero que dificilmente va a sacar la menor rentabilidad de sus diez estatuillas. De hecho hace meses que se conocieron unas nominaciones en las que ya era la clara favorita, y en ese tiempo nadie parece haberse interesado por estrenarla. Según los medios, a día de hoy no tiene distribución, es decir no cuenta con estreno previsto en una sala más o menos próxima a su casa.
Si nos fijamos en las normas de otras academias, existen unas fechas de estreno comercial exigidas para poder optar a sus premios. Participar en festivales o muestra no es suficiente. Un evento de este tipo debe tener una rentabilidad para el cine mexicano y para México como país, y es evidente que ahora, con las actuales normas, no sirve. Los Ariel están mal organizados y mal promocionados. La película ganadora no puede verse, no se va a beneficiar económicamente porque no se genera interés en la audiencia más allá de la justa alegría y satisfacción de sus autores. Ni siquiera la propia Academia se toma en serio a los Arieles. Horas después de terminada la gala, no estaba ni siquiera una lista de premiados publicada en su web. ¿Estaban todos de parranda para no poder actualizarla?
Por otro lado, no deja de ser paradójico o controversial que un documental compita con películas de ficción y también en su propio rubro, pero esa aparentemente es una batalla perdida. La moda de igualar cine documental más o menos creativo con el que cuenta historias ficticias la impusieron festivales europeos y casi todos gregariamente han ido detrás. Personalmente siempre he defendido que son cosas diferentes, tan digna una como la otra, pero que no pueden ponerse a competir como iguales, pero este es un asunto menor frente a lo mas relevante, que es que los Ariel ni siquiera benefician al propio cine mexicano.
No tiene sentido hacer una fiesta pagada con dinero público para que sólo llegue a una minoría, las ganadoras no se vean y todo se olvide hasta el año que viene. No es culpa exclusiva de la Academia, pero ésta debe abrirse a la opinión de la industria y de los medios, para que de la misma manera que los Oscars son un hito trascendente que deja beneficios de todo tipo, los Ariel salgan de un ostracismo que a veces puede hasta parecer conscientemente buscado.
(*): Jon Apaolaza es periodista cinematográfico, editor de NOTICINE.com, exdirector del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, programador y asesor de festivales.