Por Pedro Paunero
“No hay película mala, siempre existirá un
claroscuro o una imagen que valga la pena”
Alfonso Reyes.
Ha muerto Roger Ebert, el primer crítico cinematográfico en alcanzar el Premio Pulitzer, por lo tanto es momento de hablar de los pioneros.
Escribió Alfonso Reyes: “El cinematógrafo, como entretenimiento popular –es decir, como recreación que está al alcance de la mayor parte de las clases sociales- no es comparable a ninguno otro de la vida moderna”.
El año 1915 bajo el seudónimo de “El espectador”, Federico de Onís publicó cuatro artículos seminales sobre temas cinematográficos en el semanario “España” (fuente del intelecto de la Segunda República española) editada por José Ortega y Gasset (quien diría cierta vez que, si no hubiese sido filosofo hubiese gustado de ser director de cine) anunciando lo que hoy denominamos crítica cinematográfica. Ortega y Gasset usaría posteriormente el seudónimo de Onís para titular uno de sus libros más populares, precisamente “El espectador”, dónde reúne una colección de jugosos ensayos sobre cuestiones hispanas y universales. Para el 1 de junio de 1916, por invitación del mismo gran intelectual español, en “El imparcial”, el escritor mexicano Alfonso Reyes, bajo el seudónimo de “Fósforo” empieza su serie de breves “notas sobre cinematografía” en la sección “Frente a la pantalla” de dicha publicación. Poco después se le uniría otro mexicano en esta tarea pionera, el también escritor Martín Luis Guzmán, bajo el mismo seudónimo común, fusionándose los textos de ambos ensayistas a tal punto que, ya dado en la tarea de recopilar sus propias notas en 1921, Alfonso Reyes expresaría que “se extrañaba de la complacencia que le producían ciertas frases” de algunos de los escritos revisados, adjudicándoselos a Guzmán. Este último recopilaría su propia obra cinematográfica al final de su libro “A orillas del Hudson” (1920) para, una vez de regreso en México, no volver a ocuparse del cine, siendo Reyes quien continuaría la tarea por un tiempo en la “Revista General” de la editorial Calleja.
Desde Minneapolis, Estados Unidos, al mismo tiempo que Fósforo continúa el género que tal vez inaugurara Onís, Phillipe H. Welche intercambiaría una copiosa correspondencia con Reyes y Guzmán sobre los mismos temas de los cuales ya había dado a la publicación varias notas en el “Minneapolis Morning Tribune”. A decir de Reyes, H. Welche “escribía unas disertaciones admirables” por ejemplo “sobre si era una necesidad estética el desenlace en los desarrollos dramáticos” ya que el periodista estadounidense había llegado al cine exhibida ya media película y “habiendo esperado a que la cinta pasara otra vez, tuvo que ver el desenlace antes de la iniciación del conflicto”.
Para entonces ya existían en España otros medios impresos especializados como “El cinematógrafo ilustrado” en Madrid y el “Arte cinematográfico” de Barcelona que ya se atrevía a catalogar de “arte” lo que para muchos sólo constituía un divertimento para las clases bajas y los niños.
A pesar de esta serie de textos y publicaciones y que el mismo Reyes hiciera notar que el trabajo del Fósforo comunal había iniciado una primeriza e imperfecta critica de cine en lengua española “y acaso fue uno de los primeros ensayos en el camino que hoy está abierto a todos –abierto aun cuando no sea, claro está, merced a nosotros: muchos pudieron también descubrirlo por cuenta propia”, se ha llegado a considerar como padre del género en casi todo el mundo, al pionero de la crítica en Francia, Louis Delluc, que no iniciaría sus ensayos sino hasta 1918 en el periódico “Paris-Midi”.
Alfonso Reyes había llegado a Paris como segundo secretario de la Legación Mexicana en Francia por parte del dictador Victoriano Huerta, mudándose a España en 1914, presionado por el inicio de la Primera Guerra Mundial. Viviría como exiliado del gobierno de Venustiano Carranza, asociado su nombre al de su padre, el General Bernardo Reyes, implicado en los trágicos acontecimientos de la Decena Trágica y el asesinato de Madero. Martín Luis Guzmán, por su parte, llegaría a Madrid en 1915, exiliado por sus vínculos con el villismo y sería autor (en el exilio) de una célebre novela proscrita, “La sombra del caudillo”, que originaría una censurada película de mismo título y dirigida por Julio Bracho en 1960 para las celebraciones del 50 aniversario de la Revolución Mexicana. Con el tiempo Alfonso Reyes alcanzaría el puesto de director de la Academia Mexicana de la Lengua en 1957, siendo reconocida su calidad literaria al grado de ser candidato al Premio Nóbel.
“La cena”, un conocido cuento de Alfonso Reyes que data de 1910, inspiraría la popular novela corta “Aura” (1) de Carlos Fuentes, quien, a la vez, retomaría el seudónimo de Fósforo II y, a decir de Héctor Perea –autor del prólogo del libro “Fósforo, crónicas cinematográficas” (2) editado por el IMCINE, la Semana de Cine Experimental de Madrid y Instituto de Cooperación Iberoamericana-, abunda en pasajes meramente cinematográficos, como aquellos en los cuales puede leerse una acción eminentemente visual:
“Tuve que correr a través de calles desconocidas. El término de mi marcha parecía correr delante de mis pasos, y la hora de la cita palpitaba ya en los relojes públicos. Las calles estaban solas. Serpientes de focos eléctricos bailaban delante de mis ojos. A cada instante surgían glorietas circulares, sembrados arriates, cuya verdura, a la luz de artificial de la noche, cobraba una elegancia irreal. Creo haber visto multitud de torres –no sé si en las casas, si en las glorietas- que ostentaban a los cuatro vientos, por una iluminación interior, cuatro redondas esperas de reloj”. (3)
En un breve artículo publicado en la revista “Letras libres” José de la Colina apunta sobre el quehacer de Fósforo:
“Fósforo” Reyes fue más un cronista que un crítico del cine aunque no faltaran en sus páginas comentarios sobre los “albores” del arte nuevo. (…) De hecho no se refiere a casi ninguna de las primeras grandes obras de la primera cinematografía, y si menciona a Cabiria (acreditándosela a D´Annunzio sin mencionar a Pastrone), nada dice, quizá por la simple razón que no las vio, de las películas de Méliés, Feuillade, Ince, Griffith, DeMille, Sjöström, Wiene, etcétera, con las que se iniciaba un arte del cine, pues es verdad que debía atenerse a los filmes que las salas madrileñas le ofrecían con títulos en español que ya entonces obedecían a la mala costumbre de apartarse de los títulos originales. (4).
Costumbres desaparecidas
La música y el cine. Fósforo apunta sobre la música interpretada en vivo en las exhibiciones del cine silente: “los adultos dejan de oír a fuerza de ver, frente a la pantalla al menos (…). Los niños demasiado pequeños no ven el cine; y, algo mayores, perciben todavía mejor la música que el cine. Cuando el cine les cansa, les hemos oído decir: “Papá, ya no quiero más música”. (Diciembre 9, 1915).
Besos hacia la pantalla. Podemos leer sobre una costumbre ingenua que se daba en los años diez en los cines cuando Fósforo escribe: “Verdaderamente, son insoportables esos maniáticos que, en todos los salones públicos, entornan los ojos y resoplan para hacer entender a las señoras que están poseídos del delirio amoroso, y subrayan con un ósculo al aire todas las escenas de amor.
“¿Y qué decir de los que comentan, en voz alta, con toda clase de chistes, los episodios de la cinta?
“¿Y –oh, dioses- de los que leen en voz alta los letreros de la película, porque de otra suerte corren riesgo de no enterarse?
(…) Acaben de irse de una vez. Y piensen que el perfecto espectador del cine pide silencio, aislamiento y oscuridad: está trabajando, está colaborando en el acto, como el coro de la tragedia griega”. (Diciembre 23, 1915).
Sobre el letrero (los intertítulos). A Fósforo le molesta una de las características intrínsecas del cine mudo: “Y el Letrero es enemigo del cine”. Sin embargo lo toma como algo útil, y hasta necesario, como se lee en una nota de 1920: “Hay que esforzarse por reducir a especie mímica todo lo que no es de esencia literal. Por ejemplo: no hay medio de que un hombre gesticulando y manoteando, nos haga entender cómo se llama. Aquí del letrero, (Pero sólo aquí, en lo posible)”.
El cine silente italiano, un cine de tiempos muertos: “Una noche que veíamos juntos un film italiano de lo mas representativo, nos sometió a esta experiencia:
-Cierre usted los ojos –nos dijo- y cuente hasta ciento. Ábralos usted después, y dígame el resultado.
Y, en efecto, al abrirlos, pudimos continuar la “lectura” del film, sin advertir para nada la interrupción. El cine italiano está lleno de compases muertos”. Luego lo contrasta con la dinámica del cine norteamericano que “en cuanto se anuncia un film americano, mandamos apartar una butaca, por teléfono, para no perder sitio”.
Estas observaciones contrastan con la frase de Francois Truffaut: “El cine es como un tren que avanza en la noche; en el cine no existen los tiempos muertos que hay en la vida”. O las observaciones que hace el protagonista del cuento “Una salita cerca de la Calle Edgware” de Graham Greene: “Quita uno un momento la mirada de esas películas antiguas, y el argumento avanza hasta volverse irreconocible”.
El nacimiento de dos mitos
Maciste. “Sin ser una gran creación, es un animado drama de acrobatismo, con espléndidos efectos cómicos, como el de los racimos de hombres que carga Maciste en su carro”. Maciste, el primer hombre fuerte del cine -anticipación de los Arnold Schwarzenegger de fines del Siglo XX-, interpretado por Bartolomé Pagano, un estibador de los muelles italianos metido a actor, aparecería como un personaje principal de la película “Cabiria” (Giovanni Pastrone, 1914), esclavo de un patricio romano y salvador de la niña Cabiria del título, la cinta más espectacular del género “Colosal” italiano que derivaría en el “Péplum” y tendría influencia en D. W. Griffith, Fritz Lang y Federico Fellini. Pagano interpretaría todos los Maciste de la etapa muda del cine hasta ser remplazado por otros actores. La vida del personaje, creado por Gabriele D´Annunzio (quien se basaría en el Hércules mitológico), se prolongaría hasta los años ´60s del Siglo XX. “La cinta es deja una impresión confortante, y parece que, sólo de verla, también uno se vuelve hercúleo”, finalizaría Fósforo. (Diciembre 16, 1915).
Chaplin. “Habíamos anunciado que Charlot, rebasando el campo del cinematógrafo, saldría a la vida trocado en nuevo tipo cómico tan consistente como Pierrot (…). Por las calles, en las paredes, vense Charlots toscamente pintados. (…). Señálese la hora en que Charlot aparece, primera influencia palmaria del cinematógrafo en la vida, imprimiendo un nuevo, diminuto temblor en el desarrollo de las cosas humanas”. (…) “El verdadero Chaplin”, “el rival de Chaplin”; así se lo disputan las empresas. Pero ¿quién es Chaplin? ¿Qué sabe el publico de él o qué quiere saber? (…) Nada o casi nada se sabe de Chpalin. Unos dicen que es ruso; otros, que yanqui; otros, que australiano. Los periódicos se hacen lenguas de las cantidades fabulosas que gana”. (…) “EL cine ha inventado una mecánica nueva, una nueva estética del ademán y del gesto, un rostro nuevo, una nueva ética –la del alma depurada, como el cuerpo, por la acción del agua, del aire y del sol-: pero, además ha creado un nuevo personaje, héroe de una risueña epopeya occidental y pariente de esos otros personajes, heroicos también, que viven en las ediciones dominicales de los periódicos yanquis”.
Cine y Teatro
“Vemos en el cine una nueva posibilidad de emociones, y eso basta. Mas nos importa lo que promete que lo que lleva ya realizado, y esperamos el día en que se disocien definitivamente el cine y el teatro”. (…) “El cinematógrafo tiene un poder y un alcance prodigiosos –decía Howells-; nada hay que no pueda llevar a cabo, con excepción de satisfacer el gusto y contentar el espíritu. Y Bander Matthews lo tranquilizaba, advirtiendo que el cine no puede ser una verdadera amenaza para el teatro, porque aquél se dedica a los ojos, al conflicto físico y al efecto pictórico, mientras que éste opera con el conflicto psicológico y la creación de caracteres, y más bien se dirige a la inteligencia. A tal punto –añade- que si alguna consecuencia ha tenido para el teatro la aparición del cine, ha sido una consecuencia saludable: el purificar el noble escenario de la tragedia de toda mojiganga grotesca, o de toda nueva obra del tipo melodramático, géneros que convienen particularmente al cine.” A estas aseveraciones Fósforo tiene que decir: “Pero lo importante es que el cine amenaza atacar al teatro precisamente en su terreno; o, mejor dicho, en el terreno que Brander Matthews cree exclusivo del teatro: el de la creación de caracteres, el del análisis psicológico”.
A estas preclaras palabras de Fósforo conviene recordar a un Ingmar Bergman quien, a pesar de su famosa frase (“el cine es mi puta cara, el teatro mi amante fiel”) daría a la posteridad un magnifico cine dónde el análisis de caracteres sostiene todas la tramas.
La fidelidad histórica
Sobre la cinta francesa “La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de America” (Émile Bourgeois, 1916), Reyes escribiría una observación que aún esta lejos de haber sido sobrepasada, la de la fidelidad en una película histórica y cuyos resultados en pantalla convienen más a la espectacularidad propia de algún tipo de cine: “Émile Bourgeois, provisto de recomendaciones diplomáticas que le han abierto las puertas, viene a España a “filmar” la vida de Cristóbal Colón”. (…) “Las escenas se impresionarán, sucesivamente, en Tordesillas, Valladolid, Santa Fe de Granada, Toledo, La Rábida, Huelva, Sevilla, Palos de Moguer, etcétera, adonde se irá trasladando la compañía (…)”. “y ahora, ¡cuidado con las inexactitudes históricas, más funestas –por más populares- cuando entran por los ojos que cuando entran por los oídos!”
La importancia del director
“Tres principios son necesarios para producir una buena cinta: 1) buen fotógrafo; 2) buenos actores, y 3) buena literatura”. En este párrafo habla el Fósforo literato. Aún habrían de pasar décadas para las aseveraciones de Tarkovski en cuanto a la independencia del arte cinematográfico (un guion expresamente escrito para ello) de la literatura. Sin embargo, en el año 1950, en la re edición de las notas de Fósforo, Reyes escribiría: “He aprendido después a estimar en mucho el trabajo del director del film, que hace buenos actores de gente muchas veces mediocre”. (Noviembre 4, 1915).
Deseos satisfechos
Alfonso Reyes viviría para ver una serie de deseos trasladados a la pantalla grande: “¡Quién viera en el cine al hombre invisible de Wells, tal como éste lo concibió! Imagine el lector las escenas de robos y de combates; las plantas de los pies que se hacen ligeramente perceptibles con el polvo y el lodo de la calle; los días de lluvia, una forma humana y transparente y brillante, como una fantástica pompa de jabón; el efecto de las escenas en que el hombre invisible se va despojando de sus vestiduras y disfraces para escapar, desnudo, a sus perseguidores; el mendigo de quien logra apoderarse, y que resopla por esos caminos con su invisible fardo a cuestas; el gato desvanecido, cuyos ojos brillan en el espacio. Y, en fin, la lenta reaparición del hombre invisible, a medida que la muerte va endureciendo las células de su organismo“. (Diciembre 16, 1915). En su nota de 1950 escribiría: “Mi anhelo se realizó años después”. Se refiere, por supuesto, a “El hombre invisible” la cinta de James Whale (Universal, 1933) con Claude Rains en el papel principal. Estas notas también ponen en claro que Reyes creía en el cine como un arte que se manifestaba por medio de efectos especiales, de tecnología y de trucos capaces de recrear lo fantástico (la invisibilidad, por ejemplo) en imágenes.
Posteriormente Reyes escribiría: “¿A nadie le ha ocurrido (¡oh, Fabre, gran poeta de Aviñón!) montar un laboratorio especial para presentar en el cine los amores de los alacranes y de las arañas, o la perseverancia del escarabajo sagrado?” En 1955 añadiría sobre lo anterior: “Walt Disney realizó más tarde nuestro sueño, dando la vida del desierto”. Se trata de “El desierto viviente”, dirigido por James Algar (1953), de la casa Disney.
Hollywood Babilonia
Aunque hago cita aquí del mítico libro del Kenneth Anger (Hollywood Babilonia) ya Fósforo se había hecho eco de los rumores de la vida en los campamentos del cine: “Las promiscuidad, decían, ha alcanzado los peores extremos del abuso. Las licencias de la representación fácilmente se convierten en realidad licenciosa. Cierta distinguida joven de Los Ángeles renunció a sus sueños de actriz mímica.
-Porque –dijo a sus amigas- en esos campamentos no es posible permanecer un solo día sin grave sacrificio de la moral”. Fue enviada una delegación encabezada por el profesor William C. Harrington de la Universidad del Pacifico por parte de la Cámara de Comercio y la prensa de Portland ante lo cual Fósforo nos dice: “Y, ¡oh sorpresa!, cuando esperaban encontrarse con un infierno anárquico, se encontraron con un disciplinado cuartel.
-Aquí –contaba una joven universitaria, que se ayuda trabajando para el cine durante el verano-, si el director sorprende a uno de los actores echándome el brazo por la cintura, fuera de los casos en que la representación lo exige, ya está despedido de la casa.
“Una formidable guardia sagrada, compuesta de mujeres, vela por la conducta de las actrices. Su fallo no admite apelación y ni siquiera requiere prueba”. (…) “¡Buenas resultarían las obras, apoco que las empresas descuidaran la conducta de los actores!”
En una nota a pie de página de 1950, Alfonso Reyes resarciría tal ingenuidad con esta observación: “Mucho habría que decir sobre esto…”
La ficción cinematográfica como arte
“¿A qué queda, pues, reducida la teoría del arte como imitación de la naturaleza? ¿A qué, la teoría –no menos rancia- de la naturaleza como imitación del arte? Ambas quedan conciliadas en esta fórmula: el arte es cosa distinta, campo aparte de la naturaleza. Es, como dicen los tratadistas, otra naturaleza, otra forma de la creación (…)”. “El arte es lo que la naturaleza nunca será, y la naturaleza es lo que el arte nunca será”.
-Eso es inverosímil –oímos decir al espectador impertinente-. Un niño de cinco años no puede saltar así de un auto a una locomotora en marcha. (¡Y por eso precisamente es mejor, insigne gaznápiro! Porque es una novedad, una ganancia definitiva sobre los valores acostumbrados a la existencia.)”
Y con esto Alfonso Reyes lo dijo todo.
Bibliografía:
(1) No cabe duda que el arte de escribir es un acto metaliterario: Alfonso Reyes escribió “La cena” que desarrollaría Carlos Fuentes en “Aura”, esa novela corta que casi fue prohibida en el sexenio de Vicente Fox y que se transformaría, a la vez, en “La esposa del General” (dedicado a Carlos Fuentes), un cuento del año 1982 del norteamericano Peter Straub, gran autor de cuentos y novelas de terror y habitual colaborador de Stephen King. Sobre este particular ha llamado la atención Jesús Guerra en el Blog “Lecturas, revista de la red de bibliotecas” de la Secretaría de Cultura del Estado de Cohauila: http://revista-lecturas-tu-red.blogspot.mx/2012/06/aura-y-la-esposa-del-general.html
Peter Straub. “La esposa del General”. Incluido en: “Horror 2, lo mejor del terror contemporáneo (los relatos de Twilight Zone), Stephen King y otros”. Roca, México D. F., 1987.
(2) Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán. “Fósforo, Crónicas cinematográficas”. Lecturas Mexicanas, Cuarta Serie. Conaculta, IMCINE. México, año 2000.
(3) Alfonso Reyes. “La cena”. Incluido en “Antología de cuentos de misterio y terror”. Selección e introducción de Ilán Stavans. Edit. Porrúa, S. A. Colección “Sepan Cuantos…” Número 635. México 1993.
(4) José de la Colina. “Fósforo”. Letras libres, Enero de 2010. Edición electrónica: http://www.letraslibres.com/revista/convivio/fosforo
Véase también:
“Fósforo regresa al cine. Una mirada retrospectiva a la obra crítica cinematográfica de Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán”: http://www.folialumiere.org/flfosforo.htm