Por Juan Pablo Russo
EscribiendoCine-CorreCamara.com

Tengo que morir todas las noches“, dirigida por Ernesto Contreras y Alejandro Zuno, adapta el libro homónimo de Guillermo Osorno para llevar a la pantalla una crónica de la Ciudad de México en los turbulentos años 80. La serie se enfoca en la escena LGBTIQ+ y el mítico Bar 9, ofreciendo un retrato complejo de una ciudad marcada por la contracultura, la decadencia política y la devastación causada por el SIDA.

A lo largo de sus 8 episodios, la serie sigue la vida de Guillermo (interpretado por José Antonio Toledo), un joven que llega al entonces Distrito Federal para estudiar periodismo. En su proceso de exploración personal y sexual, la historia se entrelaza con las vidas de otros personajes clave como Aída (Cristina Rodlo), Gloria (Silvia Navarro), Artie (Brays Efe), Rogelio (Manuel Mansalva) y Blas (David Montalvo). Juntos convergen en el Bar 9, un centro cultural subterráneo que se convierte en epicentro de la vanguardia artística y social.

El Bar 9, más que un simple escenario, es un personaje crucial dentro de la trama. Este espacio underground no solo ofrecía un refugio para la expresión de la diversidad sexual, sino que también se convirtió en un punto de encuentro para ideas y movimientos de vanguardia artística, literaria y musical. El bar representa un laboratorio de ideas donde la posmodernidad mexicana empezaba a tomar forma. La serie logra reconstruir este ambiente con precisión, capturando tanto su estética como su relevancia cultural.

El contexto histórico y social en el que se desarrolla “Tengo que morir todas las noches” está profundamente conectado con los cambios políticos, sociales y económicos que atravesaba México en los años 80. La serie no solo se enfoca en la contracultura y la vida nocturna, sino que también aborda eventos clave que transformaron la sociedad mexicana, desde la crisis económica que desestabilizó profundamente al país, hasta el temblor de 1985, un suceso que dejó una marca indeleble en la ciudad. Estos eventos impactan directamente a los personajes y modelan el curso de la narrativa.

Uno de los aspectos más devastadores que la serie retrata es la llegada del SIDA, una enfermedad que golpeó con fuerza a la comunidad LGBTIQ+ justo cuando esta empezaba a ganar visibilidad en la vida cultural y social de la ciudad. La serie refleja el miedo, la incertidumbre y el dolor que trajo consigo la epidemia, al mismo tiempo que muestra cómo las personas afectadas lucharon por mantener sus vidas en medio de la tragedia.

Tengo que morir todas las noches” no es simplemente la historia de Guillermo; es un relato coral que da voz a una multiplicidad de personajes que enfrentan sus propios desafíos en un contexto de represión, pero también de liberación. El libro de Guillermo Osorno, en el que se basa la serie, construye un relato que va más allá de lo individual, convirtiéndose en una crónica colectiva de una generación que se atrevió a desafiar las normas impuestas.

La serie destaca no solo por su narrativa, sino también por su conjunción de valores de producción. La dirección de arte recrea con precisión los escenarios de la época, y aunque las actuaciones pueden ser desiguales, logran transmitir la intensidad y la pasión de los personajes. No obstante, es el contexto histórico y social lo que realmente sostiene la trama, haciendo de “Tengo que morir todas las noches” un testimonio audiovisual sobre la resistencia, la transformación y el deseo de ser uno mismo en una época adversa.