Por Matías Mora Montero

El pasado 14 de julio se estrenó la obra más reciente del prolífico cineasta canadiense David Cronenberg, en cines selectos de México. Titulada como su segunda película, se posiciona como un testamento y, a la vez, como un cuestionamiento de todo aquello que el director ha estado persiguiendo en más de 50 años de carrera. Un supuesto regreso a su aclamado fuerte, el terror corporal, resulta ser una declaración contundente. En una entrevista reciente, Cronenberg dijo que no le gusta el término de “terror corporal” y que él observa a este movimiento como algo que se asemeja más al término como “belleza corporal” y, en muchos sentidos, es esta declaración la que da flor a la forma en la que se desenvuelve su más reciente película.

En “Crimes of the Future”, Cronenberg nos sitúa en un futuro lleno de desesperanza. La humanidad vive en las sombras de lúgubres edificaciones griegas, las personas habitan como ratas merodeadoras en cavernas de su propia construcción. En este mundo se dan los neo-órganos, mutaciones aparentemente repentinas en selectos individuos, al tiempo que el dolor ha desaparecido casi por completo. La tecnología facilita cada aspecto cotidiano de las vidas y, si bien el orden actual persiste en sus ideas, se ha tenido que adaptar conforme a la realidad humana. El terror que provoca que autoridades intervengan es la propia evolución humana; el paradigma del mundo de la película nos muestra indudables evidencias de que el ser humano se encuentra en desviación del camino que hemos conocido. El cambio es tan inminente y bello como lo es aterrador. Perspectivas e ideologías chocan, ¿cómo podría la raza humana abrazar una realidad tan radical?

Nuestros protagonistas nos responden dicha cuestión, Cronenberg escoge a dos artistas del performance, lo que por estos rumbos llamamos performeros, para tener un enfoque muy peculiar en un mundo que pinta estar plagado por un ambiente post apocalíptico, ya abrazado por la humanidad que lo habita, y cuyos miembros viven en una cierta sincronía con el decadente espacio que los rodea. La pareja de artistas está conformada por Saul Tenser, quien sufre del síndrome de evolución avanzada, y su compañera y amante Caprice, brillantemente interpretados por Viggo Mortensen y Léa Seydoux, respectivamente. Quiero, antes de continuar, destacar en particular la actuación de Viggo Mortensen: detalla, a través de sutilidades y consistencias que realmente logran transmitir los conflictos internos del personaje, su rebeldía, su hipocresía, su humor y su ira, todo puesto en una bandeja de oro presentada por el mítico actor, conocido, claro, por su participación en “El Señor de los Anillos” y quien con esta película se embarca en su cuarta colaboración con Cronenberg, tras “A History of Violence”, “Eastern Promises” y “A Dangerous Method”, entregando aquí una de sus actuaciones más finas y ricas.

Nuestros artistas protagónicos realizan un acto en el cual Saul Tenser se pone a disposición de su Caprice, quien realiza un extraño procedimiento quirúrgico con intención de remover y exponer el neo-órgano más novedoso que su cuerpo ha concebido dentro de él, para Saul, y esta es de mis ideas favoritas de la película: dejar que su cuerpo se exprese a sí mismo. Y a lo largo de la cinta una variedad de personajes están en constante cuestión de qué tantos de estos “surgimientos” corporales en Saul Tenser son accidentales, o bien, si llegan a ser voluntarios, quizás son la forma de un deseo subconsciente.

En un punto de la película, el propio personaje nos revela sus auténticos sentimientos respecto a la metamorfosis constante en la que vive, aspecto fuertemente importante, tanto narrativa como temáticamente en la cinta y, por ende, no elaboraré mucho sobre ello, pero diré que es un elemento que, creo, logra enriquecer mucho la conversación que la obra mantiene, tanto consigo misma, como con su realizador y su audiencia. Eso creo que es la clave de la brillantez de “Crimes of the Future”: es una película que no deja de hablarse y cuestionarse a sí misma, sus ideas rebotan, diferentes perspectivas las abordan y no teme abrazar su absurdidad. Tiene un toque humorístico muy bien logrado, que logra enfatizar las cuestiones radicales tratadas de una manera donde no se llegan a sentir pesadas, invitando, así, a que el propio espectador se vuelva uno con la propuesta de la película.

Regresando a la trama de la película, mientras vamos viendo la realización de los actos artísticos y el cómo la humanidad se relaciona con el paradigma en el que habita, va surgiendo una trama que poco a poco colisiona con aquella de nuestros protagonistas, una en la cual una madre asesina a su hijo tras este comer un bote de basura hecho de plástico y, luego, el padre va en busca de que los dos artistas protagónicos hagan de la autopsia del infante su siguiente acto, prometiendo que hay sorpresas muy prometedoras que aguardan en el interior del cuerpo. Ante esto, Saul y Caprice debaten si deberían cometer tal acto y enseguida se desenvuelven una variedad de giros que sólo logran enriquecer el subtexto de la cinta.

El regreso al terror corporal de parte de Cronenberg, inesperadamente, resulta ser uno de sus trabajos más meditativos. Desde el inicio abraza una atmósfera muy particular, que si bien encubre conceptos brutales y una desesperanza creciente, no deja de ser una experiencia incluso relajante. Cronenberg da una propuesta arriesgada, por supuesto, pero se acompaña con un tono que, en lugar de provocar, logra crear una concentración absoluta en cada concepto que se nos arroja. Su discurso es claro, aunque cabe aclarar que no me parece un discurso obvio, sobre todo porque resulta ser un pollo que nunca terminas de deshebrar y porque logra presentarse, tanto en su texto de guión, como en aquellas imágenes que Cronenberg retrata de una forma peculiar. Su cámara toma su tiempo en retratar paisajes desolados y un mar cuya tranquilidad y claridad advierte que puede que el planeta sane, pero para la humanidad ya no hay vuelta atrás. Los personajes no buscan alternativas, buscan salidas, desesperación y temor constante hacia el curso al que la raza humana ahora se encamina; nuevos organismos gubernamentales se generan, con tal de dar un intento para controlar los fenómenos plasmados en la cinta.


 

El guión, escrito a mediados de los años noventa, se siente muy adecuado y preciso a nuestros tiempos, por una variedad de razones. Claro, no es la primera vez que una obra de Cronenberg se llega a sentir adelantada a su tiempo, y no tengo duda alguna que conforme pase el tiempo su resonancia sólo se fortalecerá más y más. En el texto se nos habla de comer plástico, un hecho que suena fatal pero que, sin embargo, ya es una realidad. En mucha de nuestra comida se encuentran los ya famosos micro-plásticos, los cuales han hallado su camino hasta infiltrarse en nuestra propia sangre. Otro punto fuerte de la película es nuestro propio acercamiento al arte, tanto individual como culturalmente, aquellas ventajas y desventajas del mundo que se ha creado alrededor del mismo y vaya, qué mejor analogía para el espíritu artístico que aquella que propone que en nuestro interior se encuentra toda nuestra obra. Nuestros intestinos son un Picasso que debemos cortar y exponer a todo aquel que tenga el morbo de darnos aquel gusto, de que nuestra obra se dé a conocer. Y, claro, nuestro propio y querido Guillermo del Toro llegó a describir esta película como “puro evangelio de terror corporal Cronenberg”. Y en una reciente entrevista donde se aborda mayormente la película, Cronenberg declara que no le sorprende que una gran parte del contenido que conforma las redes sociales, tales como Tik Tok e Instagram, tenga que ver con el cuerpo.

La tecnología siempre tendrá una obsesión con el cuerpo humano y la película, vaya que logra explotar esta idea. Máquinas que nos alimentan y se convierten en nuestro canvas, para que nuestro cuerpo pinte aquello que debe expresar. Y, a su vez, con el ya comentado punto de la película, donde organismos burocráticos surgen a la luz y cuya función es la misma que los mismos organismos que persisten en nuestra sociedad, el controlar el cuerpo humano con base en intereses meramente políticos, una agobiante y asquerosa práctica que, por más protesta hecha, no deja de ser algo normalizado por parte de aquellos que en nombre de la religión o de espantosos valores que deberían estar en la categoría de reliquias, controlan y limitan cuerpos ajenos como si fueran de su propiedad. Desde los de las mujeres hasta los de las minorías queer, es una tormenta que no deja de aterrar y que pone en cuestión qué tanto realmente conocemos y respetamos de la forma en la que al ser humano se le permite vivir en este planeta. Cronenberg, en esa misma entrevista, menciona justamente que debe de haber un entendimiento del interior corporal. En la película se habla constantemente del concepto de “belleza interior” y no me parece coincidencia alguna que la película haya sido estrenada en tiempos donde, justamente, observamos la ruptura del respeto a la belleza interior de otros y donde la decisión personal sobre el cuerpo propio es amenazada en nombre de la ley y el orden, la excusa más vieja y patética en el libreto del comportamiento humano.

Cronenberg, como espero haberlo hecho notar, regresa con un discurso cuyo subtexto es infinito, pero sin el temor de dejar en la luz ideas protagónicas que lleguen a cada espectador posible, ideas que cubren el erotismo, el curso humano, la tecnología, el cuerpo, el arte y pues, vaya, la verdad nuestro querido Guillermo no mentía cuando declaró que “Crimes of the Future” es evangelio puro Cronenbergiano, un honesto trabajo. Hay una escena tremenda, donde en las televisiones se lee el siguiente concepto: “El cuerpo es realidad”. Más allá de un uso referencial, me pareció un apropiado título para este texto, dado que creo que es un fiel testimonio de mucho de lo que logra transmitir la película: presentarnos la noción del cuerpo como algo más allá que un simple transporte para experimentar la realidad, pero, como la realidad misma, una noción que incluso llega a parecer obvia, pero dada la condición humana, es de lo más sencillo de olvidar y, al tenerla en mente, todo nuestro punto de vista sobre, bueno, todo, tiene el potencial de cambiar de manera tanto permanente como radical.

Cronenberg, previo al estreno de la película en Cannes, habló de la misma como el resultado de un cúmulo de ideas que se fueron generando a través de un largo tiempo de observación de la humanidad y, en efecto, se llega a sentir como un delicado y conmovedor retrato, donde íntimamente observamos conductas que bajo una cierta retrospectiva son aterradoras, pero que, claro, si llegáramos a experimentarlas se convertirían en tan sólo otro paso más en la constante evolución humana. Aunque, quizás, esta vez sería uno de los últimos pasos que está lograría caminar.

Como siempre con el realizador fílmico canadiense, la nueva carne prevalece y ahora habita capas debajo de la propia carne; ahora se nos muestra como aquellos llamados neo-órganos. No se me confundan, Cronenberg no es un disco roto, su cine no es repetitivo, pero un hecho innegable es que tampoco es decisivo, es una exploración. La diversión del cuestionamiento siempre yace en las preguntas y en la búsqueda de las respuestas, no en la respuesta como tal, si es que siquiera llega a ser encontrable. Y me parece tremendamente admirable que Cronenberg, a sus 79 años de edad y cargando con una carrera verdaderamente prolífica, mantenga ese instinto lleno de curiosidad, que tanta grandeza cinematográfica nos ha brindado. Su linterna no se ha pagado, navega en una oscuridad y no le teme a la misma, es por ello que su cine es tan esencial como lo es, porque, ante todo, no teme, sólo busca y expande. Así que, por ello, les ruego que corran a los cines y se refugien en esta obra que, para todo espectador, no dudo le tendrá algo que ofrecer. “Crimes of the Future”, como inicialmente comenté, se encuentra desde el pasado 14 de julio en salas de cine selectos de México y llega a la plataforma Mubi el próximo 29 de este mismo mes.