Por Rodrigo Garay Ysita
Curiosidades del lenguaje: en inglés, el modismo “lo and behold” es algo así como “helo aquí” o “mira nomás”. Literalmente “mire y observe”; es redundante, arcaico —sus primeros usos registrados en documentos tan viejos como la correspondencia de la baronesa Sarah Lyttelton, íntima de la Reina Victoria— y, en nuestros tiempos, sarcástico, “vintage”, irónico por no expresar verdadera sorpresa cuando una ocurrencia se avecina con la imprevisión de lo cotidiano.
Todo lo contrario a Herzog en su más reciente documental, pues.
“Lo and Behold: Ensueños de un mundo conectado” (“Lo and Behold: Reveries of the Connected World”, 2016) es otra muestra cinematográfica de la curiosidad de Werner Herzog, cineasta súper-estrella, que nada tiene de arcaico ni de redundante. Así como lo hizo en los campos petroleros en llamas de Kuwait (“Lektionen in Finsternis”, 1992), la microsociedad de científicos antárticos en la Base McMurdo (“Encounters at the End of the World”, 2007) y la soledad de los cazadores siberianos (“Happy People: A Year in the Taiga”, 2010), ahora pone su espeso acento germánico sobre los orígenes, las maravillas, el futuro y el lado oscuro del internet.
A través de una serie de entrevistas llanamente presentadas en televisivos talking heads, Herzog facilita el delirio futurista de científicos, ingenieros y otros excéntricos entusiastas del ciberespacio para construir una proyección multifacética de lo que le espera a la sociedad en unos años: coches autónomos, robots pamboleros, monjes en Twitter y la fantasía mcluhaniana de controlar al entorno como una extensión de la propia mente (a partir de las semillas del denominado “internet of me” que ya tenemos en la actualidad). ¿Se imagina usted, insipiente guerrero de las redes sociales, capaz de controlar la temperatura de su casa, de ajustar la luz al tono perfecto, de activar su “playlist” favorita con el solo pensamiento?
El contrapeso del alegre ensueño de estos arquitectos del futuro está también presente en los no tan afortunados detractores de la civilización hiperconectada. El documental encuentra un sano balance en casos radicales de gente que, por motivos tan tétricos como peculiares, viven al margen del internet (una familia que piensa que la red “es el Anticristo”) y hasta de las conexiones celulares (una comuna de enfermos sensibles a la radiación que viven en un mundo sin smartphones ni computadoras).
Lo que el alemán pone sobre la mesa seguramente agradará a aquellos cuyos radares están siempre pendientes de cualquier pormenor en el mundo del progreso tecnológico, y, a pesar de ello, no es excluyente de un público más amplio ni lo suficientemente profundo como para alienar a alguien con tecnicismos. Es más bien errático; cada uno de sus diez capítulos explora vagamente un caso específico relacionado de alguna manera con las aplicaciones que el internet tiene en la sociedad del 2016, como el nacimiento y el apocalípsis de la world wide web o el impacto psicológico del ciberacoso, y luego pasa al siguiente segmento, que nada o poco tiene que ver con el anterior, casi aleatoriamente.
La disparidad está amarrada, sin embargo, por el sello de un autor que se ha vuelto prácticamente un género en sí mismo. El espíritu musical de Wagner con “Das Rheingold”, que regresa siempre a su cine. La voz imperdible del director septuagenario que, en términos ligeramente menos grandilocuentes que en sus trabajos anteriores, es perspicaz transgresora de la cuarta pared: Cuando uno de los científicos de Carnegie Mellon que compiten en la RoboCup —la liga de futbol robótico— enuncia entusiasmado los talentos del Messi de los autómatas, el pequeño Robot 8, Herzog interrumpe fríamente: “¿Lo amas?”. El brillo en los ojos del entrevistado cuando mira a su pequeña máquina nos anticipa la respuesta afirmativa.
Y es ahí, en el espacio entre hombre y artefacto, en donde yace el conflicto más interesante del filme y que parece ser su verdadero motivo unificador. Con toda la franqueza de sus inquietudes casi infantiles (y con la imparcialidad periodística de alguien que no se asumió como apocalíptico ni como integrado detrás de la cámara), Herzog plantea un regreso a la naturaleza. Aunque esté sentado frente a mentes brillantes que abanderan el progreso tecnológico, como el magnate Elon Musk o el astrofísico Lawrence Krauss, su añoranza por los vínculos primitivos entre seres humanos opaca respetuosamente a las más grandes ambiciones que toman forma en los laboratorios del planeta Tierra.
La firma la ha dejado en la última transición de “Lo and Behold”; un corte sencillo, certero y, sobre todo, bello: luego de escuchar a un genio de la física describir con ansias fulgurantes un mundo en el que las personas puedan prescindir de relacionarse entre sí y ser finalmente autosuficientes, Herzog regresa al fuego primordial. Encuadra a la fogata. Alrededor de ella, helos aquí, mire usted nomás: una modesta banda vecinal de “bluegrass”, cuyos integrantes todavía necesitan de la música de sus compañeros para armonizar ese viejo éxito del Rey.
Director: Werner Herzog. Guión: Werner Herzog. F en C.: Peter Zeitlinger. Música: Mark Degli Antoni y Sebastian Steinberg. Edición: Marco Capalbo. Con: Entrevistas: Lawrence Krauss, Kevin Mitnick, Elon Musk, Lucianne Walkowicz. Productor: Werner Herzog y Rupert Maconick. Clasificación: A.