Por Juan Pablo Russo
EscribiendoCine-CorreCamara.com

“Mi nombre era Eileen” (Eileen, 2023), la segunda película de William Oldroyd (Lady Macbeth, 2016), es un thriller psicológico de época que busca adentrarse en las entrañas de la disfuncionalidad familiar y el misterio, situándose en el invierno de los años 60 en Massachusetts.

“Mi nombre era Eileen”, adaptada por Oldroyd de la novela homónima de Ottessa Moshfegh publicada en 2015, es una exploración de la vida de Eileen Dunlop (Thomasin McKenzie), una joven atrapada en un hogar oscuro con un padre alcohólico y un empleo desolador en un reformatorio juvenil. Desde el comienzo, el film establece una atmósfera opresiva que sumerge al espectador en el ambiente sombrío y claustrofóbico que define la existencia de Eileen.

El entorno frío y áspero, representado con un enfoque casi claustrofóbico, refleja el estado emocional de la protagonista. Esta elección estética no es meramente decorativa; es fundamental para transmitir el vacío y la monotonía que impregnan la vida de Eileen. La dirección de Oldroyd se destaca por su capacidad para usar el espacio y la luz de manera que subraya la desolación interna de la protagonista. Este uso del entorno como extensión de la psicología del personaje es una técnica que tiene sus raíces en el cine expresionista, revitalizada aquí para crear una inmersión completa en el mundo de Eileen.

La llegada de Rebecca Saint John, una psicóloga glamorosa interpretada por Anne Hathaway, introduce un contraste radical en el paisaje emocional y visual de la película. Hathaway, en un estado de gracia actoral, encarna a Rebecca con una mezcla de encanto y misterio, añadiendo capas de complejidad a la narrativa. La amistad que surge entre Eileen y Rebecca se presenta inicialmente como un salvavidas para la protagonista, pero pronto se convierte en un catalizador para una serie de eventos que culminan en un crimen devastador.

Esta relación entre las dos mujeres se explora con una intensidad que bordea lo obsesivo, y su evolución es manejada con una precisión que mantiene al espectador en un constante estado de tensión. La dinámica entre Eileen y Rebecca se convierte en el núcleo emocional, desafiando las expectativas y subvirtiendo las normas del thriller psicológico.

“Mi nombre era Eileen” se nutre de elementos clásicos del neo-noir, utilizando sombras marcadas, composiciones visuales precisas y una atmósfera de fatalismo para crear un sentido de inevitable desmoronamiento. La narrativa está estructurada de tal manera que el espectador es constantemente confrontado con la dualidad de los personajes y sus intenciones ocultas. El uso de estos elementos no es simplemente un homenaje al género, sino una reinvención que los hace sentir frescos y revitalizantes en el contexto de la historia de Eileen.

Uno de los aspectos más destacados de la película es la actuación de Anne Hathaway. Su interpretación de Rebecca Saint John no solo añade profundidad a su personaje, sino que también eleva cada escena en la que aparece. Hathaway logra capturar la ambigüedad moral de Rebecca, haciéndola simultáneamente atractiva y perturbadora. Thomasin McKenzie, por su parte, ofrece una actuación contenida pero poderosa, que captura la vulnerabilidad y la creciente desesperación de Eileen.

A través de su entramado narrativo, “Mi nombre era Eileen” invita a una reflexión profunda sobre la condición humana, particularmente en términos de disfuncionalidad y trauma familiar. La película se distingue por su capacidad para sumergir al espectador en una atmósfera psicológicamente rica. Aunque sigue ciertos patrones del género, la película mantiene el interés a través de un relato bien estructurada y personajes complejos que reflejan las sombras más oscuras de la psique humana.