Parte II/Última

Por

Raúl Miranda López

En el
cine mexicano también el tren ha sido aprovechado para sus propios intereses
dramáticos. Como sabemos, una inmensa red ferroviaria fue construida durante el
largo régimen porfiriano. Las rutas de estos trenes iban directo a los puertos
y a las ciudades fronterizas del norte, pues se trataba de transportar materias
primas para países industrializados, principalmente los Estados Unidos. En los
albores de la cinematografía mexicana se captó rápidamente la presencia de esa
gran fuerza tecnológica que eran los ferrocarriles. El año de 1906 es una fecha
peculiar para la historia del cine en México: Salvador Toscano filma Viaje a Yucatán (referida a una visita
del presidente Díaz a ese estado). Es también uno de los primeros largometrajes
mexicanos, y capta al presidente Díaz en sus desplazamientos en ferrocarril. Al
año siguiente, 1907, el mismo  Toscano
registra “Inauguración del tráfico internacional de Tehuantepec”, en este minucioso
filme observamos como el ferrocarril se conecta a esa estratégica ruta
económica en el estado de Oaxaca. En 1908 se constituye la empresa
Ferrocarriles Nacionales de México, hasta 1914 funciona sin números rojos. A
partir de ese año los Ferrocarriles Nacionales fueron incautados por el gobierno
de Venustiano Carranza, para luego organizarse de manera diferente y al
servicio de los distintos caudillos militares. Y aquí cabría hacerse muchas
preguntas: ¿Cómo era la comunidad tecnológica mexicana del ferrocarril? ¿Cómo
eran las instrucciones de los jefes revolucionarios a esta comunidad
tecnologizada? ¿Cómo participaron los ingenieros en el tendido de vías a pesar
de la destrucción revolucionaria? ¿Cómo los ferrocarrileros mexicanos adaptaron
la tecnología extranjera a la topografía del país?

 

Algunas
de estas preguntas y otras se responden, aunque limitadamente, en las películas
referidas a la llamada Revolución Mexicana: en ¡Vámonos con Pancho Villa! (Fernando de Fuentes, 1935),los vagones son utilizados como
graneros para permitirnos observar a Pancho Villa repartiendo, populistamente,
maíz en sombreros a los pobladores hambrientos;  en Con
los Dorados de Villa
(Raúl de Anda, 1939) tres villistas se enamoran de la
hija de un general fallecido, mientras la protegen la llevan en un vagón donde
ella aprenderá como es la vida de las Adeitas, en este caso representadas por
la mítica Lucha Reyes; en La escondida
(Roberto Gavaldón, 1956), Gabriela (María Félix), prostituta de lujo,
reflexionará sobre su antigua vida como vendedora de aguamiel; en La
Soldadera
(José Bolaños, 1967), los vagones son
utilizados para transportar caballos, mientras las combatientes, ubicadas en
los toldos crearán microcosmos para alimentar a sus hombres, amamantar a sus
críos e interactuar en estrechos espacios. Otras películas nacionales con temas
ajenos a la revolución son: El tren
fantasma
(Gabriel García Moreno, 1927), magnífica cinta de aventuras en la
que un ingeniero acude a verificar las irregularidades en el tren de Orizaba; El héroe de Nacozari (Guillermo Calles,
1933), en la que dos hermanos maquinistas pasan sus emotivas vidas en el mundo
de los ferrocarriles; Viento Negro, (Servando
González, 1964), sobre una cuadrilla de trabajadores del tendido de vías en el
desierto. Éstas y otras cintas mexicanas son vestigios de lo que alguna vez fue
el más fascinante medio de transporte por la provincia mexicana.


Con
“dolly” obligado, la llegada o partida de un tren permanece en la memoria de
los espectadores. El ferrocarril, espacio arquetípico del cinematógrafo: ha
sido y será propio  del cine de intriga y
el de aventuras.  En él, los personajes
pueden  asaltar y robar, morir o matar,
tener romance, intentar descubrir algo de sí mismos, incluso, sirve para ligar
los tiempos fílmicos como en Amén o Todo sobre mi madre. Las narraciones
pueden iniciarse o cerrarse en el tren, como en Stazione Termini (1953, Vittorio de Sica), La casa del pelicano (Sergio Vejar, 1978), El tren del misterio (1989, Jim Jarmusch), en La ciudad de la mujeres (1980, Federico Fellini), Las cosas del querer (1989, Jaime
Chávarri). Algunas películas, como El
expresso de Shanghai
(1932, Joseph Von Sternberg), transcurren todas en
este espacio, sinónimo de viaje y movimiento. Además, el recurso del tren
lanzado hacia su propia destrucción, por lo general  en el desenlace de la historia, también es
aprovechado en el cine, como puede comprobarse en filmes como  El tren
del escape
(1989, Andrei M. Konchalovsky), o Europa (1991, Lars von Trier), en los que el tren se precipita al
vacío, o en Los hermanos Marx en el Oeste
(1940), en donde el tren es despedazado para alimentar a la locomotora. Algunas
vías pueden ser construidas por prisioneros El
puente sobre el Río  Kwai
(1957,
David Lean). También es escenario para que un adolescente que desea iniciarse
sexualmente lo consiga (Los trenes
rigurosamente vigilados
, 1968,  Jiri
Menzel).

 

De
esta forma, continuará la locomoción fílmica tanto como la creación de
canciones (No te cases con un
ferrocarrilero
, Tren nocturno a Georgia,
El tren de la paz, Llega un tren lento, Cementerio de trenes, La maquinita). Aparecerán expresiones
(“ese tren de vida”, “me lleva el tren”, “córreme el tren”). Servirá para el
aprendizaje de la erre (“rápido ruedan las ruedas del ferrocarril”). Se utilizará
para la nostalgia de Ferronales (“allá, donde silba el tren”).


Hagamos
homenaje a los férreos luchadores sociales Valentín Campa y Demetrio Vallejo,
partiendo nerviosamente sobre las líneas poéticas de Fernando Pessoa: “Y así
por las vías rueda/ gira, para entretener la razón,/ este tren de cuerda/ que
se llama corazón.” 

Ese tren de Vidae. El Caballo de Hierro: Parte I