Still de “El sembrador”

Por Samuel Lagunas
Desde Morelia

La premiación del Festival Internacional de Cine de Morelia 2018 reconoció a 4 documentales de los 11 que estaban en competencia. “Una corriente salvaje” (Nuria Ibáñez, 2018) obtuvo el “Ojo”, que es el galardón máximo de la noche, además de un paquete de postproducción y $300,000 pesos mexicanos. Mención especial mereció “Ya me voy” (Lindsey Cordero y Armando Croda, 2018), mientras que “M” (Eva Villaseñor, 2018) recibió el premio Ambulante, que consiste en su inclusión en la Gira de Documentales 2019. El documental más alabado, sin embargo, fue “El sembrador” (Melissa Elizondo, 2018), reconocido con el Premio Guerrero de la Prensa Documental, el Premio a Documental Realizado por una Mujer y el Premio del Público a Largometraje Documental Mexicano.


“Ya me voy”

Lindsey Cordero y Armando Croda siguen en esta película a Felipe, un inmigrante mexicano que vive en Brooklyn y que todos los días viste un sombrero de charro. La cámara se va abriendo paso entre sus distintos oficios (pepenador, cargador, limpieza o mantenimiento) y logra entregarnos un mural sobre la diversidad cultural de la clase trabajadora en Nueva York. Felipe enfrenta continuamente varias encrucijadas, pero el documental se focaliza en la decisión que lo acecha de regresar a su tierra y rencontrarse con su esposa y sus hijos. El vínculo principal con su familia en México se da por medio de rutinarias transferencias de dólares y de llamadas telefónicas. Sobre todo, se da a partir de la evocación nostálgica que tiene de ellos en conversaciones con uno de sus amigos: ¿qué gano si regreso?, ¿me va a reconocer mi hijo después de 16 años?, ¿cómo será mi relación con mi esposa?

Entre estas preguntas que lo agobian, podríamos decir que “Ya me voy” pone el énfasis en retratar la identidad masculina del inmigrante: su capacidad para proveer, para mandar/ser obedecido y para satisfacer sus deseos sexuales. Así, vemos a Felipe regañando a uno de sus hijos por un mal negocio que realizó, lo escuchamos también justificando una y otra vez el porqué de su demora en volver (razones económicas, desde luego) y en un giro inesperado lo descubrimos pidiéndole a su novia en Brooklyn que se mude con él. El capturar esa contradicción del inmigrante entre querer regresar a casa y al mismo tiempo luchar por construir un nuevo hogar en Estados Unidos es el mejor logro de “Ya me voy”; sin embargo, su monótono ritmo y la repetitividad de sus secuencias, aunque narrativamente justificadas, entorpecen el desarrollo del personaje y provocan en el espectador no sólo tedio sino, lo que es peor, indiferencia.


“M”

Es difícil no sentirse atribulado por un documental como “M”, segundo largometraje de Eva Villaseñor. Luego de haber realizado un trabajo de introspección en “Memoria oculta” (2004), ahora se adentra en la vida de su hermano Miguel, un rapero mejor conocido como Tanke One, quien ve su carrera interrumpida por sus problemas de adicción. La primera parte del documental recuerda mucho a “Somos lengua” (2016), documental donde Kyzza Terrazas presentó, casi como si fuera una antología de videoclips musicales, un amplio panorama de la escena del hip hop en el país. Pero si Kyzza remarcó la capacidad de la música para dignificar a las personas aún en las situaciones más adversas, Villaseñor quiere presentarnos la profundidad de las batallas íntimas que la mayoría de estos hombres enfrenta. En una de las declaraciones más dolorosas, Tanke cuenta a la cámara que, de sus 20 amigos de la adolescencia, la mayoría murieron a causa de las drogas, otros fueron reclutados por cárteles y sólo 3 o 4 han sobrevivido las numerosas rehabilitaciones.

La mirada de Villaseñor no es condescendiente, ni busca en ningún momento justificar a su hermano; pero no por eso está exenta de cariño. Las dos últimas secuencias, acaso las más poderosas, ejemplifican lo que quiero resaltar. En la primera, Tanke está de vuelta en casa y, con los ojos llorosos, agradece a su mamá y a su hermana por ser las únicas que siempre han estado con él. Eva va acercando la cámara y, cuando Tanke se acuesta sobre el regazo de su madre, quiebra la distancia entre quien filma y lo filmado al estirar sus manos, como si fuesen las manos de la cámara misma, para acariciar el rostro compungido de su hermano. Es uno de los momentos más llenos de amor que he visto este año en la pantalla. De forma contrastante, la última secuencia presenta a Tanke en el techo de un edificio gritándole al cielo: “¿Dónde estás?”, “¿dónde estás?”. La distancia entre Eva y Tanke ahora se mantiene y la cámara se revela como la única capaz ya no de acariciar, sino de registrar la soledad y el abandono (de Dios y de los demás) que como individuos compartimos.


“El sembrador”

Tanto “Ya me voy” como “M” tienen el acierto de dignificar a sus protagonistas en medio de las problemáticas que los atraviesan. Ése es también el objetivo de “El sembrador”, primer largometraje de Melissa Elizondo. En los altos de Chiapas, vive Bartolomé un maestro de una escuela multigrado donde cada día enseña a más de 40 niños desde los 5 hasta los 12 años. Es difícil no sentirse conmovido por las poderosas imágenes de los niños que logra la fotografía de Natalli Montell y Alicia Segovia; con paisajes de fondo donde el verde parece ser infinito, Melissa pregunta a cada alumno qué quiere ser de grande, recibiendo las respuestas más diversas, pero encontrando en muchos de ellos una incertidumbre desgarradora; en otro momento, los captura viendo a las nubes, imaginando figuras en el cielo. De igual forma, esa sensibilidad aparece en las tomas en espacios cerrados: una niña ve tras las rejas de la ventana cómo cae una lluvia fortísima; otra, en un claroscuro desarmante, escucha a su abuela decir que sin dinero no tiene caso ponerse a soñar.

“El sembrador” se propone dignificar el trabajo de Bartolomé quien, no obstante el abandono por parte del Estado y la falta de recursos, no desiste en su objetivo: cambiar la vida de las y los niños: enseñarlos a respetar, a amar, a tomar buenas decisiones. La escuela, en este documental, se revela como un lugar donde fortalecer la esperanza. Ésa quizá sea una de las críticas más emotivas que se hayan hecho desde el documental mexicano reciente a la llamada Reforma Educativa que pasa por alto contextos como éste que Melissa consigue, exitosamente, visibilizar.