Por Sergio Huidobro
Desde Morelia

Mujeres. Ellas, sus historias, sus miradas, están finalmente en el centro del cine global, lo mismo en la industria, en las pantallas, en los créditos, en los jurados, en los premios, en los festivales. La segunda jornada de competencia ha elevado el nivel de la apuesta con dos historias sólidas e inteligentes con protagonismo femenino: “Leona”, de Isaac Cherem y “Las niñas bien”, de Alejandra Márquez Abella; ambos, escandalosamente jóvenes, presentan su primer y segundo largometraje, respectivamente.

“Leona”, además de una ficción más que decorosa, es una encomiable curiosidad cultural. La cinta retrata a la comunidad judía ortodoxa de la Ciudad de México desde el interior, con honestidad y transparencia no exentas de sarcasmo, en un tono crítico y mordaz que no se había atrevido a tanto ni siquiera en clásicos emparentados como “Novia que te vea” o “Cinco días sin Nora”, y muy por encima de productos caricaturescos como “Morirse está en hebreo.”

Protagonizada por Naian González Norvind y Christian Vázquez, “Leona” mantiene el tono de un melodrama romántico que no rechaza del todo los códigos de la comedia romántica, el coming-of-age o la aventura adolescente: de hecho, hay poco de originalidad en el tono, el desarrollo, el lenguaje, la estructura y la personalidad de su guión, escrito a cuatro a manos por la actriz y el director. Su verdadero hallazgo está en la estrategia con la que pela las capas de la cebolla de la comunidad judía contemporánea.

En tanto goy o miembro ajeno al habitus de la comunidad, no estoy en posición de juzgar ni calibrar la veracidad del retrato íntimo que Cherem hace, podemos asumir, inspirado en su propio entorno. Lo que puedo valorar es la palpable sensación de verosimilitud y cercanía que transmite la cinta. Es una virtud que se apoya firmemente en el talento desenfadado de la pareja protagonista, quienes consiguen dibujar el arco emocional de una relación de pareja con apenas algunas pinceladas: miradas, peleas breves, risas, énfasis.

 

 

En otro lado del espectro de las élites, la extraordinaria “Las niñas bien”, segundo largometraje de Alejandra Márquez Abella, llegó a Michoacán a dejar claro a qué se debían los aplausos en Toronto hace unas semanas. La directora de “Semana santa” ha tomado varias de las crónicas y un puñado de los personajes de Guadalupe Loaeza para contar la crisis económica de 1982 exclusivamente a través de la mirada de las clases altas, y en particular, de un grupo de las esposas desesperadas que sobrellevaron en los hombres el peso íntimo, doméstico y familiar de la primera de nuestras devaluaciones, antes de que éstas se convirtieran en deporte sexenal.

El elenco femenino es potente y da idea de una nutrida gama de temperamentos femeninos que va a de Ilse Salas a Cassandra Chiangerotti, Paulina Gaitán y Johanna Murillo, contrapunteadas por un Flavio Medina muy bien calibrado como el esposo de la primera, patriarca en bancarrota tratando de disfrazar la hecatombe con todos los medios posibles.
El protagonismo lo comparten la cámara de Dariela Ludlow, rica, inteligente, texturizada y hábil al componer cuadros fugaces, a veces abstractos, otros emotivos, con una paleta de colores sobria y elocuente que, más que retratar a los esperpénticos, coloridos y exagerados años ochenta, colorea el perfil atribulado de sus personajes.

Ambas historias, “Leona” y “Las niñas bien”, tendrán en los meses siguientes una aceptable distribución comercial en salas: atención al detalle de haberlas programado en paralelo en esta edición del festival, pues el diálogo entre ambas es rico y puede abordarse desde varios ángulos. Ganan mucho al ser vistas así, como un díptico sobre los insondables matices y pliegues de la frivolidad, las apariencias y el amor.