Por Matías Mora Montero
Desde Morelia

Concluyendo la serie de textos alrededor de la vigésima entrega del Festival Internacional de Cine de Morelia, revisaremos no sólo las últimas tres películas vistas en el marco del festival, sino tres películas que causaron bastante conmoción dentro del mismo, por razones muy contrastantes entre sí.

Esta vez, dichas cintas vienen de la mano de los cineastas Hirokazu Kore-eda, Ruben Östlund y Albert Serra, llenando y vaciando salas en donde todo tipo de emociones fueron vividas. Incluso, aunque dos de estas tres películas han dividido las opiniones de su público, las tres han recibido la aclamación internacional en una variedad de festivales y muestras de cine. Y cabe mencionar que, en Morelia, a la película de Östlund no se le mencionaba por nombre en la fila por los boletos; en su lugar, la gente expresaba “la de la palma” o, simplemente, “la palma”. Esto en clara referencia a que se llevó la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes.


En el marco del FICM se pudieron ver una increíble selección de películas, todas cuyos méritos únicos hacían que los días pasados en Morelia fueran tremendamente atesorados; una semana en la cual la ciudad se dedicó al cine y al espíritu que tanto perseguimos por el mismo. Repleto de cinéfilos y cineastas, la convivencia sentida en el aire era una contagiosa muestra de amor hacia el cine, una organización brutal de parte del festival y su público con tal de hacer de este segundo-décimo aniversario del FICM uno para recordar.

“Broker”

La nueva obra de Kore-eda, una comedia/drama donde, tras dejar a su bebé en la puerta de una iglesia, una joven se une a dos intermediarios en la búsqueda de conseguir unos buenos padres para el recién nacido a través de la venta del mismo. En el trayecto se encuentran con una variedad de personajes, mientras que el drama que los rodea y creó sus circunstancias se intensifica y la política va tras ellos. El cineasta japonés no indaga en nuevos territorios temáticos dentro de su cuerpo de trabajo, pero logra eficiencia emocional y narrativa absoluta, gracias a la práctica que ha ido llevando con este tipo de cine.

A través de los años, Kore-eda ha ido puliendo una habilidad muy específica alrededor del poder capturar las interacciones familiares en el cine. Cada complejidad es llevada con absoluta delicadeza en su trabajo, creando momentos cuyo poder cinematográfico logra, sin mucha dificultad, causarle al espectador nudos de garganta y una que otra lágrima derramada. Enfatiza la unión en las convivencias disfuncionales, sus personajes, variando en edades y personalidades, encuentran una compañía muy bella entre sí gracias a sus compartidos dolores, son personajes rotos, navegando por el mar de la vida con piezas faltantes y es en otros que encuentran una manera de llenar sus huecos y avanzar.

En “Broker” el cineasta retoma sus costumbres y las convierte en un road-trip, donde sabidurías ocasionales toman balance con momentos cotidianos y cumbres en la vida de los personajes. La experiencia de un lavado de coches o una ruleta de la fortuna, sin mencionar uno de los momentos más entrañables de la cinta, donde los personajes se agradecen entre sí por haber nacido.

Llega a ser gruesa, pues cada personaje se empapa en culpas y tragedias, cuestionando el por qué ser padres, aquel cariño infinito dado a los hijos y el propio sentido de maternidad. Todo esto regresando a las ya mencionadas dinámicas de familia que transforman la anécdota de la película en una historia que puede fácilmente alcanzar a resonar con su audiencia. No es nada nuevo de parte de su realizador, pero no por ello es menos eficiente o valioso, pues continúa moviendo los corazones de quienes se dan la oportunidad de verla y sí, tan sólo por eso ya vale la pena pagar el precio de entrada. “Broker” será distribuida en México por Diamond Films.

“Triangle of Sadness”

La ganadora a la Palma de Oro de este año logra triunfar de igual manera en Morelia, siendo una de las películas más aplaudidas y comentadas en el festival. Sin mencionar que las reacciones del público hacia aquello que la pantalla les presentaba no tenían valor alguno, me incluyó aquí, dudo que haya habido una vez a lo largo de mis años de ver cine que me haya reído tanto como con esta película.

El cine, a lo largo de estos años de pandemia, ha sido cuestionado y defendido como un espacio esencial, en especial tras las medidas sanitarias implementadas por el COVID-19, que incluyeron el cierre de los cines. Por lo mismo, se abrió el debate alrededor de la importancia que estos espacios tienen en un tiempo donde es relativamente accesible ver películas hasta en nuestro celular, dentro de un baño a las tres de la mañana.

En una entrevista para la televisión, Quentin Tarantino comentaba que una de las grandes razones del por qué seguir asistiendo a las salas de cine era la oportunidad de volverse uno con un colectivo, de poder dedicarle tu tiempo a una película en aquel cuarto oscuro y compartir la emoción que esta te provoque con otras cien personas. Una energía insuperable. Y la nueva cinta de Östlund es, sin duda alguna, el ejemplo perfecto de lo que Tarantino hablaba.

La película sigue a Carl y Yaya, una pareja de modelos cuyas influencias y riqueza les permiten acceso a un yate poblado por gente de la clase alta, mayormente grandes empresarios de distintos mercados: desde una pareja de viejitos cuyo negocio son las armas hasta un ruso capitalista que, en sus palabras, “vende mierda”. Tras una variedad de catástrofes dentro del barco, un grupo de sobrevivientes, incluyendo a la pareja estelar, queda varado en una isla sin aparente rescate próximo. Es entonces que la jerarquía cambia y la escala laboral y de clases se invierte en una magnífica sátira alrededor de lo que el sistema capitalista impone sobre la condición humana.

Östlund nunca lidia en sutilezas, esto es evidente desde su trabajo anterior, que en su momento igual obtuvo la Palma de Oro, “The Square”, la cual es una película, al contrario de esta nueva, donde no hay nada que rascar, todo es tan evidente que se siente regañón, repetitivo y vacío, captas todo lo dicho desde la primera secuencia y sólo a ratos deslumbra toques de genialidad. En “The Square”, Östlund nunca se permite alimentar a su propia película, ninguna idea alcanza un sentido de expansión y las pocas ideas que se van presentando a lo largo del filme carecen de la importancia dada a la principal. Por ende, se vuelven sin-sentidos en la película. Me complace decir que “Triangle of Sadness” logra escapar de todos aquellos flojos caminos por lo que Östlund navegó en “The Square”.

En “Triangle of Sadness” se asoman riesgos por dondequiera, tanto visuales como narrativos. El humor oscuro tiene una presencia fuerte y efectiva, rara vez se siente fortuito. Lo banal, en todo caso, se torna inteligente. Por ejemplo, algo que me marcó como experiencia en aquella sala de Cinépolis Centro en el mero corazón de Morelia, mientras observábamos una toma de diarrea, sí, diarrea, la forma casi líquida del excremento humano navegando por los pasillos de un elegante bote, es que la sala, aparte de risas, explotó en aplausos, quizás involuntarios –por lo menos de mi parte. Fue la pura emoción causada por la secuencia la que me hizo admirar una toma de semejante contenido dentro de ella.

Otro punto en lo que esta cinta le gana a su obra anterior, es que Östlund maneja una brillante construcción de narrativa y de personajes. Si bien siguen siendo arquetipos, los explota no sólo hacia lo absurdo, también en el terreno de lo emocional. Son seres, en concepto, odiosos, pero agarras una cierta empatía por su situación y comprendes que, como todos, son víctimas de su hábitat. En parte, ahí se encuentra la fascinante tesis implementada en la película, pues no es el gran empresario ni la bella modelo quienes logran prender una fogata, pescar y, en general, lograr actividades de supervivencia básicas, sino una de las señoras que trabaja en el servicio de limpieza del barco.

Más allá de burlarse de la ineptitud con la que los ricos enfrentarían una situación como la de los personajes de la película, Östlund entabla una cierta conexión entre la marginalidad provocada por el capitalismo y los porcentajes de necesidad del individuo. Por supuesto que la mucama, aquella mujer latina sin presencia en el barco, pero que reina en la isla, es quien lidera al grupo de supervivencia; toda su vida ha tenido que sobrevivir, luchar, prender fogatas, nadie más lo haría por ella. Por el otro lado, los empresarios y modelos pierden cada valor posible, si todo les fue dado, si todo les fue regalado, nunca aprenderán las virtudes del esfuerzo, las necesidades impuestas sobre aquellos de menor poder económico. El capitalismo jode a todos por igual, por obvias razones Östlund se maneja en la exageración.

La película no deja de ser una brillante sátira, pero en sus raíces está una verdad en donde las necesidades impuestas por los roldes de la sociedad de clases predestinan las capacidades de los individuos pertenecientes a la misma. Nadie, de tal manera, podrá realmente alcanzar su gran potencial, pues se encuentran encadenados a las limitaciones impuestas por la búsqueda de la riqueza material, sea esta un mero deseo o una absoluta necesidad. A la par, dentro del aspecto social de la película, y absolutamente conectado al ya mencionado tema de los roles dentro de la sociedad de clases, Östlund en general decide jugar y explorar las diferentes dinámicas que se pueden dar entre mujeres y hombres, capitalistas y comunistas, jóvenes y viejos… Todo esto bajo un lente donde logra ridiculizar las ideas superficiales por las que grandes marcas abarcan movimientos sociales.

Se burla de todos, no sólo de aquellos a los que claramente detesta. Para mí, esto es el factor que realmente logra elevar la película de lo sencillo a lo bien construido. Una de las mejores del año, bien merecida su Palma y una experiencia imperdible que defiende la permanencia de los cines en nuestras vidas, pues se debe ver con la mayor y mejor multitud posible. “La de la Palma” será distribuida en salas de cine mexicanas por Diamond Films.

“Pacifiction”

La última cinta vista en el festival ha sido la mayor razón de la procrastinación dada a este texto. Empecemos con la verdad, no tengo ni la menor idea de cómo escribir sobre una película como la nueva del cineasta español Albert Serra, “Pacifiction”. Mil posibilidades vienen a mi mente a la hora de abarcar un cine como al que Serra se adentra con esta cinta, y ninguna se siente como la indicada para realmente concretar todo aquello que la película me hizo sentir. Se trata de una pieza tan compleja, que sería una mentira decir que la entendí, pero no creo que tengamos que entenderlo todo, verdad sea dicha. Es una película que me fascinó, se encuentra ya en mi top diez del año y, sin embargo, se mantiene como un total misterio, lo que definitivamente es parte de su encanto.

La trama sigue al Alto Comisionado, un francés diplomático cuyo rol político se basa en establecer buenas relaciones con los habitantes de Tahití, isla perteneciente a la Polinesia Francesa. Es un hombre que tiende a jugar ambos lados, sus modales impecables le dan la posibilidad de manejarse en todo tipo de mundos y conexiones. Dentro de todo, se permite observar y ser partícipe de la propia vida.

Serra no busca retratar la cotidianidad sino la belleza del acto de existir, el gozo de la lluvia, del baile, de las grandes olas. No lo ve como algo meramente rutinario, sino como un sentido de maravilla que alcanza el milagro. Y es una maravilla amenazada. Los habitantes de la isla se reúnen con el Alto Comisionado para compartirle las preocupaciones que estos tienen respecto de una supuesta reactivación de pruebas nucleares dentro de la región, por parte de los franceses. Ante esto, el Alto Comisionado indaga en sus conexiones y logra crecer una preocupación compartida con los habitantes, mientras se enreda a sí mismo en una telaraña de hipocresías y secretos políticos.

La película, que cabe mencionar contiene la mejor fotografía del año, se mueve en un sentido de sofisticación y tranquilidad que lentamente se infectan de absoluta paranoia apocalíptica. Es cine contemplativo, sí, en definitiva, pero cuya contemplación se encuentra en camino a un callejón oscuro donde se verá asaltada por el propio fin del mundo, es decir, por el colonialismo siendo adaptado a la radioactividad, a la infección nuclear y a las heridas generacionales dejadas por los terribles accidentes provocados por la misma energía.

Serra captura un paraíso retenido por un poder abstracto que en cualquier momento lo podría destruir. Serra consigue lo absurdo –las pruebas obtenidas por el Alto Comisionado alrededor de si habrá pruebas nucleares se basan en prostitutas siendo llevadas a submarinos de la marina francesa–, busca en la consistencia estática la total libertad narrativa con la cual llevar a cabo sus ideas. La última secuencia en particular se convierte en la más aterradora del año gracias a que, en sí, el último tramo de la película constituye un viaje casi espiritual, donde la cámara impone sobre el espectador la necesidad de que el propio cine se convierta en un ejercicio de respiración.

Confesión final, tan pronto Interior XIX distribuya la película en salas tomaré camino para repetirla y examinar con mayor cuidado su tesis, ya que su sentimiento dominó sobre mis ojos críticos y me dejé llevar por completo por la ligera narrativa que Serra maneja, en donde dicha ligereza se balancea con lo trágico de los errores humanos. Cine esencial, cine enigmático, la mitad de la sala, o más, se salió. Por mi parte, se mantiene como una de las mejores experiencias que he tenido en tiempos recientes, como entrar en un mundo donde los colores tienen su propia vida y la confrontación con nuestro mundo actual es el misterio más grande.

En el Festival de Cine de Nueva York Serra cuestiona: “¿Qué puede decir el cine dentro de la ficción y fuera de la representación?”. Esto indica ser no sólo un tremendo resumen de lo que la película le otorga al espectador sino, a la par, la razón de porque la misma ha sido tan misteriosa para mí. Un excelente cierre a lo visto en el Festival, pues no se presenta como un cierre, se mantiene, se tatúa en la mente del espectador y lo aterroriza por los días por venir.