Por Matías Mora Montero
Desde Morelia

Era 2016 y tenía once años”, estas palabras no son el inicio de mi autobiografía, no se preocupen, pero sí son el momento exacto en donde entendí que en el mundo existía el diablo, un ser grotesco, gordo y naranja de nombre Donald Trump. Su presencia me hipnotizaba, se movía como si el mundo entero ya fuera suyo, hablaba como si fuera el dueño de la verdad, aunque de su boca salieran puras mentiras. Con el tiempo, encontré que este rayo de iluminación que fue Trump era la representación perfecta de la decadencia de la sociedad americana, el colapso de la coherencia, la validación de lo banal entrando a los grandes poderes. Mi fijación por Trump sólo creció, su cabello con vida propia, sus gestos, su aspiración de ser siempre el mejor, aspiración cementada en falsedad.

No me tomó mucho tiempo darme cuenta que Trump no es un ser humano, es un cúmulo de permisos prohibidos, de luchas silenciadas, de avaricias alabadas. Es una pose, es una frase: Make America Great Again. Pero, Señor Trump, ¿cuándo fue América grande? Trump es la total incomprensión de la historia y, por eso mismo, será el motivo de quienes nos recordarán en los libros de historia su ignorancia y el orgullo que muestra por la misma no será suya, será nuestra, de esta maldita y perversa época en la que nos tocó habitar.

Naturalmente, en la farsa que es su existencia, Trump se convirtió en una caricatura: fácil de imitar, protagónico en SNL, en desayunos familiares, en memes y discusiones culturales que poco tenían que ver con su persona y todo con aquello que lo rodea, las serpientes de la élite estadounidense que buscan, a través de Donald Trump, apoderarse de todo y salir a bailar en declarada pero falsa inocencia. Así que cuando se anunció “El aprendiz”, película sobre la juventud de Trump, protagonizada por Sebastian Stan y con Jeremy Strong como Roy Cohn, el mentor y hasta cierto punto creador de Trump, me preocupé, ¿sería ésta sólo otra caricatura?

Muchas cosas pudieron haber salido mal, desde que acabará siendo un episodio de SNL llevado al cine a que fuera propaganda liberal sin propuesta más allá de juntar votos para Kamala Harris (otra villana sin piedad), pero no, “El Aprendiz” es una película exquisita. Una cinta que no nos muestra la caricatura que es Trump, más bien nos explica cómo esta se dio, pues es un gran y glorioso ejemplo cinematográfico donde las circunstancias de nuestra sociedad permitieron el ascenso de tal repugnancia. Si bien la cinta es tremendamente divertida, entre el lenguaje banal de sus personajes, la pobreza intelectual que presentan, las conexiones bizarras a su cultura popular (Trump y Warhol conversando, siquiera coexistiendo, es hilarante), algo que me sorprendió fue que, ya en la sala, la chica que estaba al lado de mí llegó a llorar sin perdón alguno. No la culpo, la película sabe mantener su enfoque, su crudeza, su objetivo de dar a entender que este pobre chico lleno de metas y aspiraciones se volvería el diablo encarnado. Es otra adaptación de Frankenstein, Roy Cohn, magnate abogado en defensa del mal, acoge a Donald y lo retuerce a su gusto, no sólo llega a esculpirlo a su propia imagen, sino que lo convierte en un ser más agresivo, ingrato y despreciable. Y el monstruo que ha creado lo va a traicionar si esto le permite escalar más arriba por esta pirámide de hambruna por poder para construir la más alta torre a la que, claro, le pondrá su nombre. Trump Tower, Trump Hotel, Trump America, “no es ego, es que vende”, se defiende el joven Donnie cuando le preguntan el por qué a todos sus proyectos y productos les adjunta su nombre.

Y entre sus muchas enseñanzas, Roy Cohn le enseñó que el cliente más importante es Estados Unidos. Y en términos actorales, Sebastian Stan es sólo eso al principio, es un reflejo de sí mismo, sin más que una peluca para caracterizarlo, pero conforme la película avanza y Trump adquiere todos su manierismos, falsos, planeados y robados, no queda un solo fragmento de Stan, es la imagen viva del actual candidato y expresidente de Estados Unidos, este aspecto de Trump, el político, no es uno que la película explore, pero la bandera de su país se refleja en sus ojos. Su gran próxima adquisición.

País: Canadá, Dinamarca, Irlanda
Dirección: Abbasi; Ali
Guión: Sherman; Gabriel
Producción: Bekerman; Daniel, Jarek; Jacob, Forde; Julianne, Tracy; Ruth, Tsné; Louis
Fotografía: Tuxen; Kasper
Sonido: Sundström; Joakim
Música: Dirkov; Martin, Holmes; David, Irvine; Brian
Reparto:Stan; Sebastian, Makalova; Maria, Strong; Jeremy, Donovan; Martin, Carrick; Charlie, Rental; Mark, Pingue; Joe
Dirección de Arte: Marinkovich; Aleksandra
Año de Participación en el FICM: 2024