Por Pedro Paunero

“Hoy, cuando fui al trabajo, el día era como todos.
¿Por qué han pasado tantas cosas?
¿Por qué está todo fuera de su sitio?
El carnicero en “La noche violenta”

Un carnicero (Enrique Lizalde) hunde un cuchillo en el estómago de otro, mientras sus compañeros de oficio miran, formados en una valla de mandiles blancos, sin intervenir, en un silencio artificial. No sabemos la razón del altercado -por una mujer, sabremos luego-, pero la extraña danza de muerte sobre actuada en que se trenzan nos recuerda el gran guiñol más exacerbado y la película, en su totalidad, se nos revela como una de las más interesantes incursiones del cine mexicano en el subgénero de Invasión al hogar (Home Invasion) a la vez que, por su protagonista que padece una discapacidad, denota una clara influencia de títulos como “Sola en la oscuridad” (aka. Espera la oscuridad, Wait Until Dark, Terence Young, 1967), con Audrey Hephburn en el papel de mujer ciega, acosada por intrusos en su propia casa, que representa uno de los títulos más sofisticados del subgénero.

José María Fernández Unsáin nació en Argentina, donde empezó su carrera como poeta, dramaturgo, jefe de redacción de periódicos, guionista y político, hasta obtener el puesto de secretario de Eva Perón. Migró a México en 1958, país en el cual desarrolló la parte más importante de su carrera, escribiendo o co-escribiendo guiones de películas, alguna de culto, como el Weird rancho “La nave de los monstruos” (Rogelio A. González, 1960); el gran guiñol cómico “Locura de terror” (Julián Soler, 1961); el cliché granguiñolesco sobre mad doctors “La marca del muerto” (Fernando Cortes, 1961); la película más importante de Eulalio González “Piporro”, “El rey del tomate” (Miguel M. Delgado, 1963); la cinta de terror manido “Museo del horror” (Rafael Baledón, 1964) o la comedia musical “Especialista en chamacas” (Chano Urueta, 1965). En 1970, dirige “Las bestias jóvenes”, considerada como la primera película donde dos mujeres (Jaqueline Andere y Alma Delia Fuentes) se besan por primera vez, y dos thrillers relevantes, el drama policíaco “Tres noches de locura”, con un trasfondo psicologista deslucido, rayano en el cine de explotación, y la interesante “La noche violenta”, donde se trasluce una intención autoral, de corte dramatúrgico, pero un tanto torpe en la ejecución.

Como director, desde su creación en 1968, de la  Sociedad General de Escritores Cinematográficos de Radio y Televisión de México (conocida como la SOGEM, a partir de 1973), del Consejo Mundial de Autores de Radio y Televisión y el Consejo Panamericano de Sociedades de Autores y Compositores destacó como un luchador social, en pro de los derechos de autor en varios países de América latina, hasta ser nombrado titular de la productora Artistas Asociados Mexicanos (Art-Mex).

El carnicero ensangrentado, de quien no sabemos el nombre, huye por las calles, se detiene ante una ventana donde una niña lo saluda; el hombre empaña el vidrio con un manotazo de sangre, impidiendo que la pequeña lo siga mirando. Algunas personas, desde las tiendas, lo miran correr. Aborda por la fuerza un taxi, sentándose en el asiento trasero. El cuchillo en el cuello del conductor lo convence de llevarlo sin rumbo fijo. Sobre la luneta del vehículo se puede observar una pegatina con la silueta de la paloma blanca, diseñada por Lance Wyman, para los Juegos olímpicos de 1968. Varios flashbacks nos devuelven a la carnicería. Vemos a los carniceros en su labor, preparan cortes, separan piezas y la carne, por montones, ocupa gran parte de la escena. El otro carnicero es herido en el ojo. Forcejea un poco antes de herir al oponente en el pecho. Cuando cae muerto, una mujer tras un mostrador levanta el auricular de un teléfono fijo, pero sin girar el disco, siguiendo al guion en un acto automático, que obedece, a sí mismo, a una actuación amateur y descuidada.

El taxista se detiene al borde una acera baja. Hay un muro alto, de piedra, que separa un jardín público de la calle. El carnicero se pierde dentro. Le rehúye una pareja que antes se entregara en un beso. Acosado por las patrullas, ya en la noche, sin dejar de correr, salta la barda de la casa. La mujer joven (Jaqueline Andere, casada con Fernández Unsáin, en la vida real), baja las escaleras y se dispone a acomodar una maceta en una mesa pesada de madera. El hombre viejo (Luis Aldás) baja a la vez, y le ofrece una manzana de un gran frutero de cerámica. Ella rehúsa, y el viejo le promete esperarla en el dormitorio. El carnicero la espía desde los árboles. Entra por la puerta entreabierta, le cubre la boca desde atrás y le pone el cuchillo en el cuello. La caída de un florero alerta al viejo, que desde arriba le pide al intruso que no dañe a la mujer.

El carnicero explica que lo persiguen, “calle por calle”, que necesita sólo un par de horas, hasta que se “cansen” de buscarlo. Le pregunta al viejo si la mujer es su hija. El viejo, un tanto ofendido, revela que es su esposa. El carnicero expresa “algunos tienen suerte”, sonriendo irónico. Cuando el viejo trata de sacar el arma de un vetusto mueble de madera, el arma se dispara y lo hiere en el pecho. El carnicero maldice su suerte. Saca el cuerpo del viejo al patio.

Siempre quejándose de su lugar en el mundo, de su pobreza, de su mala suerte, el carnicero se exaspera ante el silencio de la mujer. ¿Por qué no lo maldice si ha matado a su esposo? ¿Por qué no grita pidiendo ayuda? Ella, entonces, escribe en una pizarra “No puedo hablar, ni oír”. El carnicero descuelga de la pared la pizarra y confiesa, en voz alta: “No sé leer. ¿Qué escribiste ahí?” La mujer se toca los labios con la mano, negando con la cabeza, luego se cubre las orejas, moviendo la cabeza, otra vez. El carnicero comprende. “¡Qué cochino mundo tan chistoso!” Expresa. Cuando él no ve, ella toma las tijeras y las esconde en el amplio bolsillo de su bata de dormir, color de rosa.

La película se enfrenta al problema que todo aspirante a director de cine debe salvar como prueba iniciática, a saber, un argumento situado en una locación cerrada, con cinco a diez personajes interactuando entre sí, mientras descubren sus secretos y un elemento extraño los confronta, ya sea un asesino camuflado entre las mismas victimas en una isla, como en la obra maestra de Agatha Christie, varias veces llevada al cine, y cuya primera adaptación, “Y ninguno quedó…” (1945) fue dirigida por René Clair; un extraterrestre, como en “Alien, el octavo pasajero” (1979), de Ridley Scott; el diablo, como en “La reunión del diablo” (aka. La trampa del mal, 2010), de John Erick Dowdle, película moralina, desarrollada proverbialmente en un ascensor; un espía nazi, como en “Náufragos” (1944), de Hitchcock, cuya acción se desarrolla en una balsa; una enfermedad contagiosa, como en “La cabaña sangrienta” (2002), de Eli Roth, o unos asesinos que invaden un hogar, como en “Funny Games” (1997), de Michael Haneke, y sale avante de la prueba.

Hay un simbolismo difuso sobre las diferencias de clase en la película, y una insistencia en la impotencia sexual del viejo, como en la escena en la cual el carnicero se baña, con el agua escurriendo, llevándose en espiral la sangre al desagüe de un baño cubierto con talavera, en un recuerdo extrañamente virreinal de la escena de la ducha de la “Psicosis” de Hitchcock, o en la escena de la mujer, mirando de soslayo el cuerpo joven y atlético del carnicero, que traza un erotismo con pinceles. Pero el carnicero demuestra un pudor machista que lo separa de su víctima en absoluto asustada: “¡Te dije que no te estés ahí viendo! ¿Qué clase de mujer eres?”. Avanzada la trama, nos percatamos que el marido ha sobrevivido al balazo accidental y se arrastra por los escalones que llevan a la casa, desatando una atmósfera sinestésica, como el provocado por Lady Madeline, la hermana prematuramente sepultada de Roderick Usher, en el cuento magistral de Poe.  

En este largo monólogo, que bien podríamos denominar como un tardío “Gótico mexicano”, la puesta en escena resulta por momentos tan artificiosa como la de un Giallo. Está, por ejemplo, la vecina insistente (María Rubio), sobre quien se levanta un suspenso ya visto en películas del subgénero, y la víctima -en este caso sordomuda-, intentándole comunicar que el intruso, que se hace pasar por un conocido es, en realidad, un asesino. A la película le sobran algunos movimientos de cámara (es, de hecho, un trabajo de cámara, tembloroso y hasta burdo), pero el ambiente -el vetusto, hermoso y muy cuidado caserón virreinal, adornado con la citada talavera y figuras prehispánicas, omnipresentes-, y la situación (la invasión del hogar), así como el personaje de Jaqueline Andere, casi etéreo en su silencio, e inalcanzable como muñeca viviente, conforman elementos que, en su conjunto, hacen de “La noche violenta”, una película fascinante que vale la pena rescatar del cierto olvido en que se encuentra.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.