Por Hugo Lara

El estreno de “Las niñas bien”, el segundo largometraje que dirige Alejandra Márquez (“Semana Santa”, 2015),  es un recordatorio que hay cineastas mexicanos que están probando con tino caminos creativos que salen de lo convencional o lo fácil, armados con imaginación y talento.

Debo comentar que tuve el gusto de colaborar modestamente en su producción, a cargo de la investigación histórica, brindando información que pudiera ser útil para la directora, así que ese vínculo determina en mí una simpatía obvia por Márquez, la productora Gabriela Maire y todo el proyecto, pero al margen de eso esta película tiene todos los méritos y valores para agradar a un amplio público, como lo demuestran los diferentes premios y halagos que ha recibido en festivales del país y del mundo.

Como es bien sabido, se trata de un guión escrito por la misma directora, inspirado en el famoso libro de Guadalupe Loeza, “Las niñas bien”, una compilación de artículos que publicó en el ya lejano 1985 y que se convirtió en un best-seller mexicano. Aquellos textos de Loaeza son descripciones con crítica social y sarcasmo de las clases altas de la sociedad mexicana en aquella década aciaga para el país por las recurrentes crisis económicas y políticas.

Con ese material como base, Márquez maquinó su propio relato,  sumergidos en el tono y la atmósfera que Loaeza describió con su peculiar agudeza. La trama se sitúa en 1982 y sigue a una de estas “niñas bien”,  una joven madre y esposa que vive en las Lomas de Chapultepec, el barrio más artistocrático de la Ciudad de México.  Su vida de lujos, caprichos y frivolidades se desbarrancan a causa de las severas devaluaciones que se experimentan en el último año del gobierno del presidente José López Portillo, recordado tristemente por sus promesas incumplidas de revelar “la lista de saca-dólares” y defender al peso (la moneda mexicana) “como perro”.

Con esa anécdota, la realización nos conduce por el mundo de estos personajes ricos, sofisticados y arrogantes, llenos hasta lo grosero de prejuicios sociales y raciales, el jet-set nacional que fantasea con codearse con Julio Iglesias o Lady Di, pero también gente que sufre con sus contradicciones y sus infiernos personales, con el contexto de la Historia en mayúsculas detrás de ellos, aplastándolos igual que a las clases medias y populares.

El ensamble actoral alcanza notas sobresalientes: Ilse Salas, la protagonista, y sus acompañantes: Cassandra Ciangherotti, Paulina Gaitán y Johanna Murillo. Ellas constituyen un universo femenino complejo, construido con sensibilidad y astucia por el pulso de Márquez y ellas mismas. Hay escenas memorables (por ejemplo, una fiesta infantil). También Flavio Medina habita con credibilidad al personaje masculino de este viaje al pasado, metido en la piel de un tipo mezquino e indolente a pesar de su “alcurnia”.  Y, en ese sentido, el filme desliza un humor mordaz, despiadado, mientras observamos a sus personajes en caída. En ese sentido, el guión es muy solvente, porque no plantea una historia de héroes y villanos, sino de seres comunes dentro de su particular circunstancia.

También, entre lo mejor de la película, está la aproximación a la Historia moderna mexicana, la del controversial presidente López Portillo, quien fue tan idolatrado en su acenso al poder como repudiado a su salida. Márquez —nacida justamente en 1982 en San Luis Potosí—  sabe usar ese negro episodio de nuestra historia reciente para conectar, en ciertos niveles, con nuestro presente, y eso hace a “Las niñas bien” muy oportuna y muy vigente. Al final quedan flotando preguntas inquietantes: ¿qué tanto hemos cambiado de ese momento? ¿y qué nos depara nuestra actualidad?

Hay que decir además que el trabajo de la producción es destacable en la recreación de época, apoyada en la fotografía de Dariela Ludlow así como en el arte, los decorados, los vestuarios, el diseño sonoro, la música y demás. Hay mucho que comentar positivamente de ello.

Asimismo, “Las niñas bien” deja evidencia  —otra vez, como la han hecho varios filmes de lustros atrás— que no todo el cine nacional es igual ni todo lo que se produce son comedias (y dejo en claro que la comedia es un género muy respetable y necesario para nuestra cinematografía), como señalan equivocadamente algunos detractores de las películas mexicanas.  “Las niñas bien” es una buena señal de la salud del cine mexicano y hay que apreciarla en la dimensión que merece.

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.