A Jakob y Félix, amados,
con gratitud

Por J. J. Flores Hernández

En una conversación, tal vez planeada tal vez casual, Paz Alicia Garciadiego le preguntó a Jorge Fons si había leído a Naguib Mahfuz, un escritor de dramas fascinante, dijo. Fons respondió que no a Garciadiego, que estaba adaptando “Principio y fin” (1993). El proyecto cinematográfico “El callejón de los milagros”  (1995) comenzó con ese gesto casi místico que es aludir a un escritor o escritora como medio para provocar su lectura. Para existir sólo hizo falta la intervención divina (por encantadora y magistral) de Vicente Leñero. La genialidad del filme de Fons radica en al menos tres cosas. Primera, el tratamiento de una historia extranjera como una historia local; hacer pasar Egipto por México. Segunda, la lucidez (después de cinco o seis guiones de distintas plumas) de Leñero en apostar por la segmentación de la historia en cuatro; las primeras tres desde la perspectiva de alguno de los personajes para cerrar con un choque de las historias. Y tercero, la sumatoria de actuaciones. Partir una historia y hacerla coral para terminar en un estallido unísono no la hizo eterna si no su pertenencia a cierta tradición del montaje que (probablemente) empezó con “Rashomon” (1950) de Akira Kurosawa. “El efecto Rashomon”, se le ha llamado a aquella historia contada desde distintas perspectivas que se anudan en un final, casi siempre rompiendo una línea temporal. Baste un tecleo en cualquier buscador para encontrar un listado de artículos sobre el tema: teorías del cine hay tantas como cine mismo. Es muy probable, cuanto triste, que (hoy) en México se piense primero en “Amores perros” (2000) que “En el callejón de los milagros”. No obstante, la ópera prima de Iñárritu no es sólo un gran debut sino también una exquisita filiación narrativa. En el mismo sentido habría que mencionar “The Killing”  (1956) de Stanley Kubrick, “Magnolia” (1999) de P. T. Anderson, “Crash”  (2004) de Paul Haggis o “Sin City” (2005) de Robert Rodríguez y Frank Miller (sí, también están tres de Tarantino que se conocen al dedillo) y la aún no estrenada ópera prima “En la sangre” (exhibida en competencia en el GIFF 2015) de Jimena Montemayor y la lista sigue. Así, “Sabrás qué hacer conmigo” (2015), segundo largometraje de Katina Medina Mora, permite hacer un recuento, ver retrospectivamente y reconocer que uno de sus aciertos no es la brillantez ni el modo en cómo contar sino la honestidad de lo que se cuenta y aquí, la honestidad, sí vale.

“Sabrás qué hacer conmigo” cuenta la historia del encuentro y muerte entre Nicolás (Pablo Derqui, sufriente-sufrido) e Isabel (Ilse Salas, desesperante-desesperada). Nicolás tiene un padecimiento, ella también. Isabel vive un duelo, él es epiléptico. Isabel tiene 33 años y a los dieciséis perdió a su hermano mayor lo que fragmentó su familia: la madre con tentativas de suicidio recurrentes y el padre que les abandonó. Nicolás se dedica a hacer y vender fotografías así como a enseñar ese antiguo oficio que es capturar un instante. Primera escena, él. En un proyector de acetatos Nicolás va pasando una a una varias fotografías. ¿Qué tienen en común cada una? ¿Nadie?, pregunta atónito como desesperado a sus estudiantes. ¿La visión?, dice alguien. Sí, por ahí. Quién más. ¡Vamos! La vida, todas representan, desde su perspectiva, un poco de vida. Primera escena, ella. Isabel llega a la oficina del jefe. Nunca se sabe en qué trabaja. Ahí, recibe una llamada. Su madre está hospitalizada, otra vez. Al llegar al hospital recibe todas las notificaciones: ahora fue la mezcla de pastillas y alcohol. Está estable pero no despertará al menos hasta mañana. Llega la noche y busca a Ángel. Sexo y olvido: pretendido y recurrente escape.

la honestidad de sus personajes y sus interpretaciones la regresan a ese estado de gracia que es contar una historia que pueda conectar con algún público

Katina Medina Mora fue asistente de dirección de películas interesantes y más de una sobresaliente: “Cochochi” (Cárdenas y Guzmán, 2007), “Voy a explotar” (Naranjo, 2008), “Oveja Negra” (Hinojosa Oscariz, 2009) y “Cefalópodo” (Imaz, 2010) antes de dar el salto a su primer largometraje “LuTo” (2013) que, como otras, tuvo un estreno raquítico (aún no la he visto). Ambas películas han sido con guión de su autoría. Con “Sabrás qué hacer conmigo” se percibe su inclinación por las historias de amor a pesar de las condiciones de sus personajes, a pesar de ser así (la premisa de “LuTo” lo reitera). Fritz Lang decía que la tragedia es la historia de alguien en contra de sus circunstancias; se vive a pesar de ellas. “Sabrás qué hacer conmigo” no es una gran película (arriba hay citas a varias que sí, lo son, no todas) pero tampoco quiere serlo. Medina Mora ha dicho que no han emprendido una búsqueda por el hilo negro ni tampoco por la genialidad. Le apostaban, comenta, a la honestidad. Querer amar en tiempos difíciles es un acto valiente porque es al mismo tiempo desesperado. Aunque en momentos podría sentirse incomodidad por lo improbable de ciertas acciones, la honestidad de sus personajes y sus interpretaciones la regresan a ese estado de gracia que es contar una historia que pueda conectar con algún público. Agregando a los papeles principales las interpretaciones de Jacobo Lieberman (antes de su segundo Ariel por música original en el documental “El hombre que vio demasiado” de Trisha Ziff) como el médico de cabecera de Nicolás y de Gabriel Nuncio (productor de películas tan disimiles como “Mañana psicotrópica” de 2015 de Alexandro Aldrete e “Hilda” de 2014 de Andrés Clariond) de galerista se antojan juguetonas, ocurrentes y atinadas.

Primera escena, ella y él. Después de haber chocado en la sala de espera en un hospital Nicolás, a la distancia y sin permiso (alerta de acoso), le toma una foto a Isabel. Se acerca y le muestra lo que ha tomado. Ella poco lo ignora. Él la invita a una exposición. Si estaban en el hospital fue por razones diversas. Isabel por su mamá (Rosa María Bianchi, agónica-agonizante) y Nicolás por su revisión de rutina. Él espera que ella llegue. Ella se ha olvidado pero el azar la lleva a la exposición: la amiga de Isabel quiere ver a un amigo de Nicolás. Él cree que ha ido por la invitación pero ella sabe que fue una pura coincidencia. O no, porque eso, en el cine como en la vida, no existe. Tesis reiterada: el amor como fuga, la ilusión de un porvenir. Terminada la exposición hay una reunión de convivencia a la mesa, compartir algún vino y palabras. La conversación que ahí se desarrolla es posiblemente el argumento de la película misma puesto en discusión. La pérdida de alguien y lo fácil que debe o no ser. No, no es fácil, dice Isabel. Cuando un ser querido se muere es como una mordida, aquí, en el corazón.  Si es depresión o duelo lo que Isabel padece, es una reflexión que la película no posibilita hacer; es más, ni siquiera (se) lo pregunta y menos cuando hay una sonrisa con llanto que cierra la historia. Lo que sí hace es preguntarse por error ¿una muerte cura otra muerte? Así leído, y visto, también funciona en contra de la película misma. Hay hilos que ni siendo negros ni blancos se le extravían a su directora. Decía Jorge Fons, que el cine es lo que vemos pero también lo que escuchamos. En “Sabrás qué hacer conmigo” hay una desequilibrada comunión en sus tres aspectos principales. Uno, la fotografía de Erwin Jaquez (tallerista en la pasada edición del Anamórfico Film Fest) goza de una limpieza no del todo benéfica para la historia que se quería contar. Dos, el sonido de “Sabrás qué hacer conmigo” es impecable hasta en el bullicio de un bar. Y tres, la historia tropieza en pequeños momentos como el ya mencionado final retórico sobre la muerte. No obstante la edición de Aina Calleja potencia sus virtudes cuando las hay. Verbigracia: la forma en la que la película obtiene su nombre es un gesto encantador. Al dejar aquella convivencia en la galería Nicolás le entrega una servilleta a Isabel, con mi número, dice él. Al día siguiente ella envía un mensaje de texto: “El largo adiós”, Raymond Chandler. Después, desde ella, nos damos cuenta lo que decía la servilleta: sabrás dónde encontrarme cuando sepas qué hacer conmigo. El encanto está en el uso de la referencia a través de un libro, en el encuentro de almas afines. Inocente “Rayuela”.

Una última escena, ella y él. Después de su primer intento desenfrenado por tener sexo Isabel va en otro día al departamento de Nicolás. Ahí él tiene una cena lista. Desde la perspectiva de Nicolás algo está mal, algo está no dicho. Desde la perspectiva de Isabel algo es preciso no decir, no hablar. En ese malentendido, que se repite en varias secuencias, sucede lo mejor de la película. La comunicación no existe, decía Lacan y Medina Mora, sabiéndolo o no, lo subraya. Isabel, furiosa o desesperada al terminar la cena, decide irse. Nicolás sufre por su partida en el sofá. Isabel se lamenta en el asiento del carro el arrebato al dejar el departamento. Ella regresa, él la recibe con un beso. En el amor, como en la vida como en el cine, no es que todo no se pueda es que todo no hay.

 

@JJFloresHdz
Centro de la ciudad, Querétaro, Qro.
Treinta y uno de mayo de dos mil dieciséis.

Sabrás qué hacer conmigo

(México, 2015, 87 mins.)
Director: Katina Medina Mora. Guión: Emma Bertrán y Samara Ibrahim. F en C.: Erwin Jaquez. Música: Andrés Sanchez. Edición: Aina Calleja. Con: Ilse Salas (Isabel), Pablo Derqui (Nicolás), Rosa María Bianchi (madre de Isabel), José Ángel Bichir (Ángel), Mariana Treviño (Gaby). Productor: Gerardo Gatica, Alberto Muffelmann, Moisés Cosío, Rodrigo Trujillo, Jacobo Nazar. Clasificación: B-15.