Por Ali López

A partir de “Psycho” (Alfred Hitchcock | USA | 1960) y “Peeping Tom” (Michael Powell | UK | 1960) comprendimos que el monstruo no siempre viene del más allá; su rostro y esencia humana lo hacía más peligroso, pues, sin que lo sepamos, podría estar a lado de nosotros. Esto devino en una simplificación de la creaturas horríficas, como el vampiro, el zombie o la creación de Frankestein, lo que nos regaló parodias y comedias donde, a diferencia de la protagonizadas por Abbott y Costelo donde en ellos recaían los chistoretes, estos seres se volvían cotidianos y paródicos como en la mítica serie “The Munsters”.

Al pasar los años, ese mismo monstruo pasó del ridículo a la formalización, pues, siendo el ser humano eje del horror, no quedaba más que los males se hicieran profundos y llenos de gamas. “The Drácula Tapes”, un libro escrito en los albores de la década de los setentas, donde el vampiro de Stoker cuenta su versión de la historia, se encuentra como preámbulo de lo que los medios tomaría para el último cuarto del siglo XX, y los primeros años de este milenio. Así, en un era de postverdad, donde entendemos que cualquier punto de vista es válido, lo mismo que poco objetivo, ¿Qué sucede con aquellos malditos y macabros seres de las películas de horror? Más allá del superado chiste hipertextual para fanáticos propios y ajenos.

“El ataúd de cristal” (Haritz Zubillaga | España | 2016) es una película claustrofóbica, que, siguiendo la línea del horror actual y emergente, cuenta con una locación mínima y pocos personajes. Amanda (Paola Bontempi) es una exitosa actriz que viaja en una lujosa limosina hacia un homenaje; sin embargo, extrañas situaciones comienzan a suceder dentro del auto. Pronto, la actriz se da cuenta que ha sido secuestrada, y la persona al mando es alguien que conoce mucho de ella y su pasado, lo que hace de su supervivencia no sólo una situación actual, sino un laberinto de verdades y mentiras de 20 años de carrera artística.

La cinta desespera, atosiga, en buenos y malos términos cinematográficos. Es una película incómoda, difícil de ver, y aunque no posee sangre y/o imágenes grotescas en altas dosis, es bajo sus términos que se vuelven difíciles de ver. Un lenguaje soez, que sí, se vuelve excesivo y poco soportable, pero que, al final, justifica y maximiza. Aunque todo se desarrolle en un espacio cerrado no es el lugar lo que nos aprisiona, es la confrontación con la esencia (casi) pornográfica de lo que consumimos, de lo vemos, y de lo poco de humano que hay en mucho productos de consumo común.

Hay un despliegue de denuncia, contra el culto al cuerpo, a la feminidad, a la masculinidad y la pulcritud; el golpe es certero y duro. Es así como el monstruo se pierde en el agua, en las estrellas y el reflejo, pues la cinta nos pregunta directo ¿cómo permitimos que suceda esto? Un alegato contra el abuso, la pornografía, la trata, contra la ceguera social, la lucha de clases, y la indiferencia. La línea de la monstruosidad se desdibuja, y nos enfrenta. Nos pregunta, en cuál lado de la historia nos encontramos.

“Population Zero” (Julian T. Pinder, Adam Levins | Canadá-USA | 2016) nos cuenta la historia de un posible crimen perfecto, un asesinato triple sucedió en el parque nacional de Yellowstone, donde un hueco en la constitución permitió salir libre al asesino. Años después, un documentalista (Pinder) retoma el caso, intentado descubrir lo que realmente sucedió.

 

 

¿Cómo luce un asesino? Jugando con los elementos del cine de género, y el imaginario colectivo que nos han dejado cintas como “La masacre de Texas”, la cinta nos pregunta sobre nuestro entendimiento de una víctima y un victimario. ¿Qué es un crimen? y cómo afrontarlo, yendo más allá del ¿quién lo hizo?, la película nos muestra el por qué, el detrás de escena del espectáculo sangriento.

Jugando también con el método de la pos verdad, y con los términos mismos del cine documental, (¿será esto real?) “Population Zero” nos inmiscuye en un caso donde, al pasar los minutos entendemos que el mal nunca viene solo. Una denuncia humana, una confrontación directa con el ejercicio de poder, con el estatuto que otorga el dinero, y un dialogo abierto, más que nunca, en los EE. UU. sobre la explotación de sus recursos. Una película imperdible, que pasará, no lo duden, a ser una de las favoritas en la lista de horror de esta década. Abrevando las aguas del mockumentary, y haciendo lo que parecía poco probable, darle un giro que lo haga valioso y diferente.

Dos cintas con lo mejor del horror contemporáneo, no sólo por su fecha de producción, sino por su temática y denuncia; porque el cine de género, como siempre lo ha sido, es reflejo de los temores, males y monstruosidades de la sociedad de donde surge.