Ulises Pérez Mancilla/Enviado
Foto cortesía: Paulo Vidales/Imagen Latente
“¡Yeah!”
Tlalpujahua. Michoacán. En pocos días, la inigualable onomatopeya de Pablo Guisa en su empresa por “esparcir el virus mórbido” es más que familiar; de hecho, un requisito indispensable para saber que el festival sigue con vida. Bastaba emitir un “¡Yeah! ” y de inmediato el público buscaba a Pablo deseoso por saber con qué atuendo aparecería en el escenario: ojos de alien, capa de vampiro, rockero fachoso, hombre de látex.
El tercer día en Mórbido, Rigoberto Castañeda (director de “Km 31”), junto con Roberto Coria presentó “El mecanismo del miedo”, una novela de Norma Lazo que el propio Castañeda llevará al cine a través de su casa productora Gran guiñol. Ahí, Rigo (imprescindible del festival) compartía una premisa interesante: “El miedo es lo que nos ayuda a movernos, lo que nos hace crecer”.
Una teoría evolutiva interesante (¡ese esperanzador e incansable espíritu de búsqueda!) que se pudo comprobar a través de la lúdica programación de Abraham Castillo que este día, entre anuncios del fin del mundo, embarazadas apocalípticas, sectas que en aras de una vida mejor se joden al de al lado, nos hizo encerrarnos a piedra y lodo en el Teatro Obrero, sin importar si efectivamente afuera, el mundo se caía en pedazos.
Un maratón de sadismo, sangre y horror psicológico a través del cuál se palpó la fuente de vida que mantiene inmortal a este tipo de cine y a todos los subgéneros que lo componen, inspirados técnica y narrativamente en planteamientos morales-éticos sin maquillaje y a corazón abierto, ideas impulsivas construidas sobre recursos austeros disfrazadas de genialidad (a veces en chispazos, a veces en auténticos deslaves) en torno a almas o genuinamente inocentes (víctimas evolutivas/involutivas) o profundamente dañadas (de rencor, de indiferencia, de frustración, de tristeza, de ego).
No era el mediodía cuando el festival sometía ya a su público recurrente a una masacre gore a través de “Baby shower” de Pablo Illanes. Bajo una estructura narrativa tradicional, que recuerda mucho al cine de matanza gringo, el director chileno se esfuerza por no caer en el cliché y da una vuelta en U manteniendo el nivel de tensión a través de una fanática neurosis justiciera que le permite, en vez de matar a todos sus personajes, como quien mata mecánicamente a su enemigo en un videojuego, mantenerlos con vida hasta el último momento para torturarlos por sus varios tropezones morales. Su premisa (protagonizada en vez de adolescentes de senos prominentes, por actrices solventes, igualmente sexosas, pero en sus treintas) es tan telenovelera como gozosa: una mujer a punto de parir, autoexiliada en un ambiente campirano new age, se entera que su esposo la engaña con una de sus mejores amigas, así que las reúne a todas en torno a un baby shower improvisado para hacerles confesar su traición.
En pleno Tlalpujahua, ocurrió también el estreno nacional de la nueva serie de Fox, “American Horror Story” a cargo de Ryan Murphy (creador de “Nip Tuck” y “Glee”) y Brad Falchuk. Se trató de un primer capítulo destacado, sobrio, a la altura de los estándares de calidad a los que la televisión de paga nos ha acostumbrado últimamente, sobre un matrimonio en crisis, con una hija adolescente y un perro, que se muda a una casa embrujada en la que habitan un fantasma envuelto en látex negro, una ama de llaves que cambia de fisonomía según quién la vea y ¡Jessica Lange! (¡el esperado regreso de Jessica Lange!) como una misteriosa vecina entrometida, madre de una hija con down.
Siguiendo con el cine de terror latinoamericano, la brasileña “La noche del chupacabras” de Rodrigo Aragâo, dividió al público que la calificaba de muy mala ante la defensa férrea de los fans más fans que se negaban a ponerla en el top de lo pésimo del festival, toda vez que apuesta a esa nostalgia por el cine ingenuo-artesanal por el cuál El Santo es El Santo en el extranjero y Ed Wood es Ed Wood en la historia del cine. Aun así, la moraleja de un par de familias peleadas a muerte por un pleito de tierras desatado vía un malentendido, en una noche en que el chupacabras (¡que no era exclusivamente mexicano!) pulula sediento de sangre por la vida, a diferencia de otros títulos, no goza ni del oficio, ni del ritmo y sí de muchos desafortunados excesos (música sobresignificativa, gritos en vez de actuaciones, una anécdota tan grande como desaprovechada, pero sobre todo, un monstruo más cercano al Grinch de Jim Carrey que a la criatura del mito y que desentona con el tono gore que a la vez, confunde/aburre al espectador entre el hiperrealismo y la farsa).
“El fin”, del costarricense Miguel Gómez, embriagó de contento y aplausos a la concurrencia que llenaba y llenaba función tras función la sala. El director: joven, arrobado, conmovido, subió a presentar su película aclarando que ésta era su primera proyección en público, estaba nervioso y se le notaba, no obstante, su trabajo enorme, sencillo, pulcro y sincero, sin los presupuestos de Jerry Bruckheimer y más en el estilo de Vigalondo de crear a partir de metafóricos tres pesos y harto talento y corazón, hablaron pronto (muy pronto) por él.
La película, desarrollada a través de capítulos, hace suya la sobada premisa del fin del mundo (¡ese cercano 2012!) y la toma como pretexto para desarrollar una hermosa pintura sobre el último adiós, el desprendimiento y la valoración de la vida a través de la muerte, de ese recuento de cosas que uno desearía haber hecho y que de tener un tiempito extra, las haría. En un día, a unas horas de que un meteorito se impacte con la Tierra, dos amigos emprenden un viaje con destino al mar (¡el mar, siempre el mar!), apurados por la conciencia clara de todo lo que han perdido mientras estaban deprimidos, se puede recuperar.
La coproducción argentino-española “Penumbra” de Adrián García Bogliano (codirigida con su hermano Ramiro), otro de los consentidos del festival, emula el mejor cine de suspenso: el claustrofóbico, ese que te mantiene al borde de la butaca con el corazón hecho añicos y la certeza de que algo está mal, pero no se sabe qué. Ese que causa adicción por más que su anécdota sea simple y repose sobre una moraleja cruel, de esas que dan ganas de voltearse y olvidar y no afrontar y echarse a correr.
Una mujer española moralmente (según ella y de acuerdo con sus actitudes, por encima de los demás), está a punto de vivir la peor experiencia de su vida mientras intenta rentar un piso en Argentina, un día de eclipse total, justo el día en que se ha enemistado con todo el vecindario y su departamento comienza a llenarse de gente de la arrendadora. Los recursos de Bogliano, como los de muchos de sus compañeros directores invitados a Mórbido tampoco son muchos, pero están administrados de una forma tan talentosa que no hay desperdicio ni de planos, ni de anécdotas, ni de espacios. Una película de incisión perfecta, entretenida, comprometida de inicio a fin con su trepidante ritmo y con su crítica a una sociedad cada vez más deshumanizada.
Exportada de las joyas del último SITGES, “The woman” de Lucky Mckee desapareció el terror fantástico cual aplanadora, e impuso de golpe el horror mental/social que va de lo probable a lo posible, en este retrato familiar de un abogado enfermo mental a cargo de una familia (la típica familia americana) que tras cazar a una mujer aborigen, decide mantenerla en el sótano de su casa como si se tratara de una mascota, como parte de un proyecto familiar en torno a la integración y la disciplina rigurosa (que recuerda mucho a la nominada al Oscar a mejor película extranjera, la griega “Kinodontas”).
Con una violencia gráfica más que explícita, Mckee se toma su tiempo para llevar al espectador por emociones insospechadas que impiden siquiera, ya no digamos pestañear, sino procesar racionalmente y como “Dios manda” los confines de una mente enferma capaz de causar daños irreparables en mente y cuerpo. La película, rapaz, cruda, cargada de apabullante misoginia a la postre vengada sin piedad, se adelanta a la razón y en un festín de atrocidades, termina por motivar al estómago a vomitar de miedo aunque la historia verse sobre seres humanos y no de monstruos.
Entre sueños y cambios de horario, entre heladas madrugueras y público necio envuelto en cobijas, alrededor de las dos de la mañana se proyectó “The orphan killer” de Mat Farnsworth, una película gringa independiente de regodeo sádico soft porno en torno al cuerpo femenino, sobre un asesino serial en la tradición de Michael Myers, sólo que éste, enloquecido tras quedar huérfano y ver que lo adoptaban a él y no a su hermana (Diane Foster, actriz y productora) decide vengarse de ella cuando crece. A pesar del derroche de sangre sintética y de una lectura crítica a la iglesia (causantes directos del trauma del asesino), la realización no trasciende los lugares comunes del género y termina por enseñar las costuras en una prolongada y aburrida tortura.
Un cabeceo y afuera, otra vez el silencio pleno. Entre las 3 y las 4 de la mañana, incluso la fiesta de clausura ya había terminado. Por las calles, tremendos vasos de michelada callejera abandonados, borrachos neceando en la cueva de “El socavón”, el frío colándose en los huesos y la satisfacción de que el cine se había impuesto a la fiesta.