Noticine-CorreCamara.com
Podía haber ganado casi cualquiera. No hubo grandes favoritas porque no hubo unanimidades, ni siquiera una o dos cintas que uno podría recomendar ardientemente a ese miembro de la familia que sólo va a ver lo que merece de verdad la pena.
Aunque fue el film turco “Bal” (Miel), de Semih Kaplanoglu, que cierra su trilogía regresiva y autobiográfica, donde no abundan precisamente los diálogos y sí los paisajes boscosos, el que se llevó el Oso de Oro, la prensa internacional interpretó el premio al mejor director para Roman Polanski (por “The ghost writer”) como un guiño solidario más que cualquier otra cosa. La argentina “Rompecabezas” se fue de vació a pesar de ser una de las mejor valoradas por la prensa.
Las cintas europeas han sido las más apreciadas por el jurado que presidió Werner Herzog. La rumana “Eu cand vreau sa fluier, fluier” (Si quiero silbar, silbo), de Florin Serban, se llevó un Oso de Plata-Premio Especial del Jurado y el premio Alfred Bauer a la innovación. Los galardones interpretativos recayeron ex-aequo en los rusos Grigory Dobrygin y Sergy Puskpalis, por “Kak ya provel etim letom” (Cómo terminé este verano), y en la nipona Shinobu Terajima por su interpretación de abnegada esposa condenada a atender a su esposo herido de guerra y sin extremidades en “Caterpillar” (Oruga).
La cinta china de Wang Quan’an “Tuan Yuan” (Aparte juntos), que abrió el festival recibió el premio al mejor guión (lo escribió el director junto a Na Jin), y de nuevo la cinta rusa fue citada por su contribución artística, en la figura del director de fotografía Pavel Kostomarov. “Bal” (miel), cierra una trilogía que antes brindó “Yumur” y “Süt” (Respectivamente, “Huevo” y “Leche”), y tiene como protagonista a un niño de 6 años, Yusuf. Vive en una zona montañosa junto a su familia, y acude a la escuela, pero un día su padre, que recoge de la miel de los panales en pleno bosque, desaparece y el hijo decide por su cuenta penetrar entre los árboles en busca de su progenitor.
El palmarés no ha convencido, pero tampoco otras combinaciones hubiesen gustado mucho más… No se trata de que haya habido mal cine, solemnemente malo, pero si mucha cinta coja, mal acabada, con buenas intenciones pero torpe culminación, y en resumidas cuentas ha faltado la película redonda que apasione… Puede que homenajes solidarios aparte la de Polanski haya estado entre las mejores, pero no se si quizás le faltaba esa vena “autoral” que tanto apasiona a la mayoría de los jurados… Algo no está funcionando bien en estos últimos años de la Berlinale. Recordamos aquellas ediciones del certamen alemán en las que veíamos varias de las favoritas a los Oscars, aquellas que no estaban aún estrenadas fuera de EEUU en febrero, acompañadas por sus estelares protagonistas. Quizás también la política de las “majors” sea ahora distinta, pero el caso es que aquellas prácticas tan agradecidas ya son historia.
Tal vez por falta de “materia prima” de un cierto nivel, a Dieter Kosslick le ha dado por Sundance, o lo que es lo mismo, parece querer imitar -por suerte sólo de lejos- a San Sebastián respecto de Toronto. En ambos casos pocas fechas distancian los eventos norteamericanos y europeos, y este año en Berlín se han visto fuera de concurso pero incluso también en competencia títulos del festival independiente creado por Robert Redford. Por ejemplo ahí estaba la cinta de Winterbottom, “The killer inside me”, cuyos actores ni aparecieron, y no ha sido el único caso. Antes como mucho había un título fuera de concurso o en una sección paralela, pero en el apartado oficial (entre concurso y no competitivas) ha habido al menos cuatro este 2010.
En la guerra de los festivales, Cannes y Toronto parecen ser los grandes triunfadores, y el resto de los importantes -salvo Sundance con una cuota de mercado muy especializada- se están quedando con las migajas. Y la Berlinale, como también está pasando los últimos años con Venecia, registra una preocupante decadencia, no sólo respecto del “glamour”, sino de la propia calidad y originalidad de sus propuestas fílmicas. Muchos añoran, o añoramos, los años de Moritz de Hadeln, criticado entonces por los que le consideraban un “vendido” a Hollywood, pero muchas de cuyas ediciones han quedado en la memoria. Seguramente no es sólo cuestión de voluntad o de “línea programática”, también debe ser por las circunstancias externas de la industria… pero la nostalgia no nos la quita nadie.