Publicado: 11 de diciembre de 2006
Hugo Lara Chávez
Historia del cine mexicano
Diecisiete páginas relativas a las actividades oficiales del Instituto Mexicano de Cinematografía durante 1995. Si un extraño mira el bloque de esas diez y siete cuartillas, lo menos que puede intuir es que, al parecer, hubo algo de trabajo. Y de resultados. Y si el extraño las examina y las lee, con el simple detenimiento que precisa un documento de esa naturaleza, no puede dejar de imaginar una gruesa coraza, como la del fruto del orondo, que se esfuerza en proteger un secreto inexistente.
Según este informe, en la página uno, se daba cuenta de la realización de siete largometrajes y cuatro cortometrajes. De los siete largometrajes, dos eran óperas primas: un documental del otrora editor Carlos Bolado, El límite del tiempo, y un relato de ficción del CCC, Por si no te vuelvo a ver, de Juan Pablo Villaseñor. Además había tres coproducciones: con España y Canadá, De noches vienes esmeralda, dirigida por Jaime Humberto Hermosillo; con Colombia y España, Edipo Alcalde, realizada por el colombiano Jorge Alí Triana; por último, con Francia, Profundo carmesí, de Arturo Ripstein. La lista se completa con Cilantro y perejil de Rafael Montero, y El anzuelo, de Ernesto Rimoch.
Sin embargo, en la página dos el desengaño recobraba sus arrestos: ninguna de ellas se había terminado, salvo El anzuelo, en la cual el Instituto participó exclusivamente en su fase de postproducción. El resto inició presuntamente sus rodajes en el último trimestre del 95 o apenas lo estaba haciendo a comienzos del siguiente año. Así las cosas, no se trataba con exactitud de la producción del 95, sino en realidad del 96.
A continuación, en la páginas tres, se describía con ambages una serie de proyectos de producción, aún en su fase de tratamientos del guión: Un dulce olor a muerte, sobre un relato de Guillermo Arriaga; Cinco mujeres, que dirigiría Guita Schyfter; El martes del silencio basada en el argumento de Enrique Berruga; Aquella extraña mujer, una cinta preparada por Nicolás Echevarría; Sexo pudor y lágrimas, cuyo trabajo de adaptación fílmica había sido encomendado a Antonio Serrano; Santitos que realizaría Alejandro Spingal; La noche exquisita, sobre la novela de Luisa Josefina; y, finalmente Querido Diego, basada en el libro de Elena Poniatowska.
La página cuatro estaba reservada a las minucias del Instituto: cortometrajes (Planeta Siqueiros de Ramón Mikelajáuregui; ¿Qué hora es? de Pilar Pellicer), y más proyectos fílmicos (El círculo eterno: Einsestein en México, de Alejandra Islas; Los caminos de don Juan, de Juan Carlos Rulfo; André Breton en México, de Lourdes Andrade; Manhatitlán, de María Valdés).
De la página cinco a la doce se pormenorizaban los convenios de colaboración con organismos nacionales (Con la Universidad de Guadalajara y el Canal 22) y extranjeros (con Costa Rica y España); de las publicaciones (de las seis que se reportaban, al menos, dos proceden de la administración anterior: A través del espejo y Los nuevos espectadores), del V Concurso de Crítica Cinematográfica; de la exposición itinerante Re-visión del cine mexicano; del ciclo Hoy en el cine mexicano; de los premios internacionales obtenidos por cintas del Instituto; y de los logros del llamado Circuito de Calidad.
En la página doce, se incluía la lista del Consejo Consultivo para el bienio 1995-1995: Pedro Armendáriz, Diana Bracho, Leonardo García Tsao, Susana López Aranda, Carlos Monsiváis, Bertha Navarro, Raquel Olmedo, Alejandro Pelayo, Alberto Ruy Sánchez, Sergio Pitol, Carlos Savage y Paco Ignacio Taibo I.
La página trece reservaba una mención a la conmemoración del centenario del cine en México. Aquí se comentaba sobre la organización del Comité para la Conmemoración de los Cien Años del Cine Mexicano, integrado por IMCINE, la Cineteca Nacional, la Filmoteca de la UNAM y la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas. Sobre lo que haría este comité no se aclaraba nada en detalle salvo que, para empezar, se convocaba a un concurso para el diseño del cartel conmemorativo. Por su parte, la Cineteca Nacional ha venido organizando quincenalmente una serie de homenajes a figuras del cine mexicano. A propósito de la Cineteca, este informe no comentaba nada al respecto del inminente cambio de ésta al sector cultura. La Cineteca Nacional ha dependido, desde su nacimiento, de la Secretaría de Gobernación, vía RTC; sin embargo, a partir de marzo de 1996, se hizo fuerte el rumor acerca de su traslado al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Esta información fue respaldada por el mismo presidente del CNCA, Rafael Tovar y de Teresa, en una entrevista publicada en el semanario Proceso (no. 1012, 25/III/96). Finalmente el 7 de mayo se publicó en el Diario Oficial el decreto presidencial que confirmaba el traslado.
También en la página trece se aludía a un taller de guión organizado por IMCINE y Televicine (cuando Leleu aún era el mandamás de esa filial de Televisa), impartido por Xavier Robles, Oscar Montero y Javier González Rubio. Las páginas 15 y 16 estaban dedicadas al reacondicionamiento de los Estudios Churubusco y al edificio del CCC, cuyos procesos dieron inicio en las postrimerías del salinato, en virtud de la construcción del Centro Nacional de las Artes. Finalmente, las páginas 16 y 17 comentaban el apoyo que el Instituto brindó a la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas, la cual se limitaba a la celebración de entrega de Arieles, en junio de 1995.
Mientras tanto, en la ciudad de Gudalajara, la XI Muestra de Cine Mexicano realizada en marzo de 1996, vivió una de sus ediciones más desangeladas. Aunque 1996 es un año especial para el cine nacional, al menos sobre el papel, un hedor de desencanto se respiró más allá de las butacas repletas por un furico público tapatío, que no dejaba de embelesarse y de aplaudir cualquier baratija cinematográfica.
A lo largo de once años, la Muestra de Gudalajara ha sido el punto de encuentro imprescindible de toda la fauna cinematográfica. Los grupos de invitados a la fiesta son facilmente reconocibles: por acá, los periodistas, atrincherado tras sus cámaras, luces y grabadoras; por allá los críticos de DICINE, que entran partiendo plaza, en grupo compacto y casi casi tomados del brazo; de este lado, los realizadores, actores, y productores, que en su papel de festejados, reparten sonrisas y saludos a diestra y siniestra; por todos lados, los organizadores y demás anfitriones, que se mueven tanto que uno no sabe exactamente quiénes son ni qué hacen. Entre todos forman una animada reunión familiar, en el que, aguzando los sentidos, se escucha tanto la cordial exclamación como el torvo murmullo.
Esta vez, ninguno de los debutantes dejó un buen sabor de boca. Daniel Gruener con Sobrenatural no convenció lo suficiente, en cambio, su cortometraje De jazmín en flor obtuvo una buena respuesta. Leticia Venzor naufragó con El amor de tu vida S.A., una historia demasiado frívola y superficial, muy ad hoc con los esquemas de Televicine, la firma que la produce. Quizá el debut más descepcionante fue el de Erwin Newmayer, cuya película, Un hilito de sangre, proviene del programa de óperas primas del CCC. Un hilito de sangre está basada en un relato homónimo de Eusebio Ruvalcaba. Se trata de la aventura iniciática de un adolescente precoz, que recuerda a la serie de televisión Los años maravillosos, pero en un tono sórdido. Esta película ha sido duramente criticada: después de su premiere en la capital, la actriz Blanca Guerra salió indignada refunfuñando pestes en contra de la cinta. Paradójicamente, el debut más sobresaliente se debió a dos mujeres de teatro: Sabina Berman e Isabelle Tardán por Entre Pancho Villa y una mujer desnuda. Producida por Televicine, Entre Pancho Villa se agenció uno de los reconocimientos más codiciados: el premio del público.
Pero si la aportación de los debutantes fue ciertamente menor, la participación de otros realizadores veteranos dejó mucho qué desear. Ismael Rodríguez volvió a las andadas y presentó su última película, Reclusorio I, que es la primera parte de una trilogía sobre algunos sonados casos policiacos. José Luis García Agraz hizo lo propio con Salón México, una versión fallida inspirada en la legendaria cinta del Indio Fernández. Juego limpio fue el filme que presentó Marco Julio Linares, otrora director de los Estudios Churubusco. La anécdota del relato trata sobre la competencia laboral y personal que entablan dos vendedores de seguros para obtener los premios que ofrece su empresa al mejor empleado. Juego limpio es, quizá, lo peor que se vio durante la muestra: una estética acartonada, unos diálogos incoherentes, un relato simplista y frívolo, muy apropiado para los tiempos y mentes neoliberales que se respiran en el Paseo de la Reforma. Por último, Ernesto Rimoch presentó El anzuelo, que se mereció los premios oficiales de la crítica nacional e internacional y de la Organización católica Internacional de Cine..
De lo poco que valió la pena se debió a algunos cortometrajes, entre ellos Novia mía, de Rodrigo Pla, que obtuvo el premio de la crítica, la animación Cuatro maneras de tapar un hoyo, de Jorge Villalobos y Guillermo Rendón, y La tarde de un matrimonio de clase media, de Fernando León.
Al término de las funciones principales, alrededor de las ocho de la noche, el grupo de festivalieres, como les llamaba José Luis Ruiz, director del Festival de Huelva, a toda el conjunto de invitados, solía reunirse de nueva cuenta en el sitio elegido esa noche por uno de los patrocinadores para continuar la fiesta o, en el peor de los casos, se transportaba al hotel sede del evento, la Quinta real, donde algunos expedicionarios implacables reclutaban compañeros en pos de aventuras nocturnas.
Si no hubiera sido por esos infaltables convivios, los festivalieres hubieran vivido una estancia estéril y aburridísima en la capital tapatía, merced al pobre menú cinematográfico que se sirvió todos los días. En el vestíbulo del Cineforo o en el comedor de la Quinta Real, los comentarios de todos los invitados coincidieron en lamentar una cosa: el bajo el nivel mostró la mayoría de los largometrajes de la sección oficial. Al contrario de lo que las salas atiborradas sugerían, en la pantalla se vio una falta de creatividad alarmante, como consecuencia, en parte, del grave descenso de la producción que afectó al cine mexicano durante 1995.
Al término de la ceremonia de premiación, la Muestra de Cine Mexicano concluyó con la exhibición, paradójicamente, de una cinta española: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Acto seguido todos los invitados fueron transportados al Parián de Tlaquepaque, y aunque en pirncipio el objeto era dar fin alegremente, entre jarritos de barro y tequila, a una semana decepcionante de cine nacional, en el fondo todos se congratulaban de que el próximo año la Muestra de Guadalajara adquirirá el rango de Festival Internacional, lo cual conjurará en gran medida lo reducido del menú .