Por Matías Mora Montero
Hace un par de días llevé a un amigo mío a ver la nueva película de Cronenberg y, al salir de la función, mantuvimos una larga plática sobre la evolución humana, el cuerpo, el arte y más. Entre todo ese intercambio de palabras, recuerdo mencionar la siguiente frase: “Mínimo el 90%, incluso el 95% de los buenos cineastas rodean su obra bajo la pregunta: ¿qué nos hace humanos?”. Si bien mantengo esta declaración, me parece sobre todo adecuada para una cinta como “Blade Runner” del cineasta Ridley Scott, lanzada en el año de 1982.
La película de Scott, adaptación de un gran libro titulado “Do Androids Dream of Electric Sheep?”, del autor Philip K. Dick, a mi parecer logra enriquecer visualmente las ideas de la novela mencionada, a un grado tan bello que es realmente imposible relacionar ambas piezas. “Blade Runner” toma una posición verdaderamente radical dentro del ámbito de adaptaciones al cine, donde realmente toma su propio lugar como una obra que, independientemente de su origen, lanza su discurso como uno propio gracias a su majestuoso lenguaje visual.
La cinta nos sitúa en un futuro, aunque la fecha elegida es una ya pasada para nosotros –noviembre del 2019–, donde la humanidad ha logrado crear un tipo de androide conocido como replicante, con funciones específicas como el colonizar y trabajar en otros planetas. Sin embargo, se da un motín en uno de estos planetas, por parte de un grupo de replicantes, lo cual genera la percepción de que son seres peligrosos, cuyo ingreso en la Tierra debe ser prohibido y cuya existencia debe ser erradicada. A los policías asignados a retirar (término dado a la ejecución de los replicantes) a aquellos replicantes que representen un peligro al habitar en el planeta se les ha denominado con el nombre de “blade runners” y uno de los más destacados es Deckard, brillantemente interpretado por Harrison Ford, agente asignado a retirar replicantes que recién han logrado aterrizar en el planeta y cuyas intenciones le son desconocidas a Deckard.
Desde aquí emprendemos una odisea neo-noir, base para el cyberpunk cinematográfico, donde la existencia humana está en constante cuestionamiento. Los replicantes han alcanzado un punto verdaderamente peligroso, más allá de una insuperable fuerza o admirable inteligencia, y están empezando a desarrollar emociones. Por lo tanto, identificarlos y diferenciarlos de los humanos se vuelve una tarea de mayor dificultad. Liderando esta manada de replicantes se encuentra Roy Batty, interpretado poderosamente por el gran Rutger Hauer. Este personaje, arriba de todo, busca vivir, su objetivo recae en la longevidad. Me parece tremendamente bello cuando llega un punto en que, ante los ojos de su creador, ruega por un arreglo que le permita seguir viviendo y, ante la imposibilidad de esto, besa y cruelmente asesina a su creador. No me parece accidente alguno que esta búsqueda de parte de Roy venga a la par con esta evolución aparentemente autodidacta de parte de los replicantes, donde emociones genuinas les son permitidas, el significado de la vida se expande, y, ante ello, la necesidad por la vida también crece.
Navegamos por un paisaje cosmopolita, con un sentido de internacionalidad muy poderoso. En su camino, Deckard se cruza con asiáticos, árabes, con mundos encubiertos, exóticos, sucios y, a la vez, llega a encontrar una cierta tranquilidad en seres como Rachael, replicante que durante una gran parte de su limitada existencia desconocía el origen de la misma. Deckard fue aquel que la iluminó respecto al hecho de que era un replicante, pero es ella quien le hace cuestionar, y con ello la audiencia también cuestiona: ¿Qué nos hace humanos? A Rachael se le ha implementado un nueva medida, recuerdos, memorias confusas que aluden al engaño que permite a los replicantes vivir en ignorancia de lo que son. Con ello, entonces, nos preguntamos: ¿Son las emociones las que nos hacen humanos o acaso son las experiencias y las memorias que estas nos dejan?
Escribo todo esto, ya que junto a “Alien”, del mismo Ridley Scott, y “Robocop”, de Paul Verhoeven, “Blade Runner” se ha re-estrenado en Cinemex. Y tuve la oportunidad de ir a verla. Como siempre, la película me conmovió muchísimo, moviendo cada parte de mi cuerpo y alma a la par con las imágenes e ideas que Ridley Scott da a florecer en el metraje del Corte Final de la película, versión elegida para proyectar en este re-estreno.
Sin embargo, hubo algo diferente en este visionado. En el año 2017 se estrenó “Blade Runner 2049”, secuela dirigida por Denis Villeneuve, mismo maestro que el año pasado nos otorgó la más reciente y gloriosa adaptación de “Dune”, y vaya, su secuela al clásico de Ridley Scott es un verdadero logro, expandiendo muchas de las ideas que la película original nos propone y presentando varias nuevas que no dejan de ser igual de fascinantes. En la secundaria, ambas películas me traían una obsesión brutal y, en aquella época, me parecía que “2049” era más de mi agrado y hasta este visionado de la original en cines, mantenía aquella postura. Bueno, es eso lo que ha cambiado ahora, siento que la obra original resuena más conmigo en este punto de mi vida ¿Por qué será esto? Mi mente no logra comprenderlo del todo, mi cerebro rasca por respuestas y una posibilidad emerge.
Mínimo, en mi caso, la secundaria fue una época que viví desesperado, con cambios tanto corporales como mentales que irrumpieron como una gran tormenta. Fue entonces cuando surgió esta gran desesperación, aquella que grita y grita buscando nuestro lugar en el mundo, abriendo cajas y cajas en busca de respuestas a todo este caos que llamamos existencia. No tenía tiempo para deambular, caía en un hoyo buscando algún tipo de ultimátum que me dijera “sí, esto es la vida”. Y de algún modo, sentía que lo había encontrado con “Blade Runner 2049”, una película que termina con el sentimiento de que una esperanza para la humanidad ha sido encontrada. Aquello en su momento se sintió definitivo para mí. Debo admitir que, en retrospectiva, creo que perdí mucho del significado de la película bajo esa urgencia de creer que a la tierna edad de catorce años podría lograr entender todo aquello que me rodeaba y formaba.
Ahora, si bien no ha pasado tanto tiempo desde que iba en la secundaria (acabo de terminar primero de preparatoria), siento que mi entendimiento de la vida es muy diferente. Ahora busco contemplar, observar la lluvia, las luces que en los edificios y calles deslumbran las calladas almas, cuya mera existencia nos dice todo y bajo eso, “Blade Runner” de 1982 resuena mucho más conmigo. Pienso en Deckard deambulando por las calles de esta distópica versión de Los Ángeles, comiendo fideos y persiguiendo vistas, poco a poco cayendo en el bello encanto de Rachael y cuestionando todo aquello que creía conocer. Pienso en Roy, quien ante la belleza de la vida, no puede impedir desear más de la misma, pienso en aquel irónico monólogo que entrega, donde al hablar de todo aquello que ha podido ver, todos esos momentos que lo han deslumbrado, contempla su fin y, reflexionando sobre al respecto, dice la mítica frase: “Todos estos momentos serán perdidos como lágrimas en la lluvia”. Una simple y bella poesía que nos dice tanto sobre hacia dónde vamos. En esta misma secuencia, Deckard y Roy se ven envueltos en una confrontación, Roy llega a sostener una paloma blanca, conocido símbolo de paz, la paz que estos dos personajes comparten, este vínculo entre humano y replicante, el rompe-barreras definitivo, no es nada más y nada menos que el miedo a la muerte, una incertidumbre que posa como sombra constante, amenazando todo aquello que hemos logrado recolectar ante los años, amenazando que, efectivamente, se pierdan en el vasto campo del todo.
La película ha dejado una pregunta que se aferra a una gran porción de los espectadores: ¿Es el propio Deckard un replicante? Se cuestiona esta posibilidad un par de veces a través del metraje de la cinta y, en mi opinión personal, si bien esta ha variado conforme a los diferentes visionados de la obra, la respuesta es un rotundo no y esto lo indica la brillante y meticulosa habilidad cinematográfica que Ridley Scott expone como el realizador de la película. Los detalles están, sobre todo, al crear un mundo tan complejo y rico en su estética y manera de moverse, la cámara siempre se mueve acorde con las necesidades de la historia, la creatividad explota y descubrimos juguetes vivos y llenos de carisma, enanos ladrones y animales falsos que animan exóticos espectáculos. Hay simbolismos poderosos y recurrentes, como la luz infiltrándose en interiores, deslumbrando al espectador y presentando infinitas posibilidades para su significado ¿La luz acaso somos nosotros, la audiencia, espiando las cuestiones del filme? ¿O la luz será aquella unión replicante-humano, cuyo eco permite que en la secuela esta nos sea presentada como una esperanza? Y están aquellas figuritas hechas por uno de los compañeros de Deckard, cuyo viaje por el metraje de la película se va volviendo más y más constante, hasta que la aparición de un unicornio cerca del final de la película nos dice más de lo que podríamos esperar.
Sin mencionar que cada elemento técnico logra enriquecer el vasto mar temático y narrativo que nos ofrece, todas las actuaciones son maravillosas, llenas de profundidad y transmitiendo siempre una sintonía acorde con el discurso de la película. La música y en sí todo el paisaje sonoro de la cinta apoyan a la impecable atmósfera de la misma, siendo una cosa verdaderamente hipnótica y contundente. Cabe mencionar que el encargado del soundtrack de la película fue el gran músico griego Vangelis, cuyo trabajo para la película ya ha pasado a la historia del cine como una de las grandes bandas sonoras. Por más que adoro el trabajo visual que Roger Deakins y Villeneuve lograron en “2049”, debo decir que no creo que hayan llegado ni a los talones de lo que la original ofrece, un paisaje visual tan rico y sorprendente, que deslumbra a cada espectador con su nitidez y la ya mencionada majestuosa combinación entre el neo-noir y el cyberpunk, logrando a la vez que se otorgue un aire hasta nostálgico. Muy, muy conmovedora película, incluso si apagáramos el audio al verla.
En general, por si no se ha notado, “Blade Runner” me parece la más grande de las obras que Ridley Scott nos ha otorgado en su prolífica carrera, una impecable película que examina y cuestiona el por qué de los seres humanos. Es una de mis películas favoritas y, como ya mencioné, se encuentra actualmente en la cartelera de Cinemex y también en la plataforma de HBO MAX. Así que vayan, corran a ver este peliculón, por si no se han dado ya el honor de hacerlo, y en caso de que sí, no está de más revisitar una obra tan rica como esta.