Por Pedro Paunero
“Enemigo mío” (Enemy Mine, 1985), dirigida por Wolfgang Petersen –y de la que se conserva el material desechado, filmado por su primer director, Richard Loncraine, sustituido por Petersen-, se convirtió en una película de culto, en parte debido a la trama, en parte debido a la empatía lograda entre sus protagonistas, por mucho que uno se encontrara bajo las distintas capas del maquillaje. La historia, que se vertebra en tres ideas básicas, una guerra interestelar, la caída accidental de dos enemigos a la superficie de un planeta hostil para ambos, y la cooperación mutua, obligada, para la supervivencia de los dos protagonistas, puede rastrearse como una serie de ideas, o constantes, a lo largo de la historia del subgénero de la Ciencia ficción, demostrando ser elementos atemporales, que sirven de espejo a lo mejor que conserva el ser humano, en las peores circunstancias.
El conflicto: “Los Xipéhuz”, de H. J. Rosny.
A Joseph Henri Honoré y Séraphin Justin François Boex, hermanos de nacionalidad belga, y que escribieron bajo el seudónimo común de J. H. Rosny, se les debe un puñado de historias iniciales originalísimas, enmarcadas en lo que H. G. Wells, por aquellos tiempos, denominaba “Novela científica”. El término en inglés –Scientific Romance-, literal y equívocamente, podría traducirse al español como “Romance científico”, aunque sólo unos cuantos ejemplos, como “El castillo de los Cárpatos”, de Julio Verne, pueden, de cierto, inscribirse en la tradición del romanticismo. A Rosny se le debe una de las primeras novelas científicas sobre la prehistoria, “En busca del fuego” (1911), en la que hacía gala de los conocimientos que, entonces, se tenía sobre la humanidad prehistórica (que daría una película, “En busca del fuego” (La guerre du feu, 1981), dirigida por Jean-Jacques Annaud), misma que, a la postre, daría ejemplos más avanzados, como la obra “Los herederos” (1955), escrita por el Premio Nobel William Golding y que, al basarse en las investigaciones que en paleontología y antropología tenemos de aquellas eras remotas, pertenecen a ese subgénero literario que, tras desusar el término propiamente dicho de “Novela científica”, conocemos actualmente como “Ciencia ficción”.
En la novela corta “Los Xipéhuz” (1888), que abarca un período de tiempo que va desde la prehistoria a Mesopotamia, Rosny describe la aparición de una forma de vida extraña, inorgánica (mineral), a la que los humanos denominan como “las formas” (a las cuales, el único personaje racionalista del relato, bautiza como “Xipéhuz”), de origen incierto –en la que la crítica, o la mera tradición lectora, ha querido ver a extraterrestres sin que se especifique jamás esta procedencia en el texto-, que ataca a las tribus humanas, diezmándolas y sumergiéndolas de lleno en una guerra anómala, para finalizar como una elegía, en la cual la especie humana, triunfante, se lamente por la muerte del enemigo en unas líneas de preclara poesía.
Diez años antes que Wells inventara el primer encuentro bélico de este subgénero literario -esta vez efectivamente bajo la forma de una invasión extraterrestre-, entre humanos y una inteligencia ajena con “La guerra de los mundos” (1898), Rosny creaba este conflicto inicial, cuyos campos de batalla –los páramos prehistóricos y, después, Mesopotamia-, comenzarían una serie de constantes que se puede rastrear a lo largo de la novelística del subgénero, pero cuyos orígenes debemos situar, más justamente, en la sátira “Historia verdadera”, escrita en el Siglo II por uno de los padres del humorismo literario, Luciano de Samosata, con la cual se mofaba de los escritos que describían viajes a tierras ignotas, y que pretendían pasar por ciertas (de ahí el título: historia “verdadera”), pero trasladándola -audazmente- al espacio en una guerra interestelar (aunque este constituye tan sólo un pasaje, en realidad, de una aventura mayor), en la que no faltan las descripciones de los seres extraterrestres y sus complejas batallas.
El conflicto y el rapto: “Arena”, de Frederic Brown.
La historia de un ser humano, y su enemigo extraterrestre, trasladados a un planeta hostil para ambos, por parte de una tercera inteligencia, había tenido un brillante tratamiento en “Arena”, un cuento de Frederic Brown publicado en la revista “Analog Science Fiction and Fact”, en el ejemplar de junio de 1944 que, debido a un desarrollo ingenioso de la historia, y una buena resolución, fue incluido en el Salón de la Fama de la Ciencia Ficción, como uno de los mejores relatos del subgénero.
El conflicto –que desembocará en una guerra interestelar-, entre seres humanos y una especie extraterrestre, los “Intrusos”, obliga a la Armada Terrestre a efectuar labores de defensa, después de unas primeras escaramuzas por parte de los enemigos desconocidos a colonias y patrullas terrestres. En medio de una batalla, cuyas fuerzas entre ambos bandos beligerantes están igualadas al punto de que alguno podría ser destruido por el otro completamente, el piloto Bob Carson, con uno de los “Intrusos”, se ve trasladado a un mundo hostil, ajeno tanto para él como para el enemigo, cuyo aspecto, hasta ese momento, le era desconocido a la humanidad. Una mente infinita, y –se supone- éticamente superior, ha tomado un ejemplar de ambos bandos, para enfrentarlos en esa “arena” (que puede entenderse como el de una arena gladiatoria, dispuesta en un mundo cubierto de arenas azules), obligándolos a utilizar sus inteligencias (el humano y el intruso aparecen en dicho mundo desnudos, y desarmados) y los elementos que, del entorno, puedan usar y transformar –en armas o trampas- para defenderse del otro, en un encuentro del cual sólo uno puede resultar vencedor. La intención última de aquella inteligencia “éticamente superior”, no sería otra que preservar al individuo superviviente, para que su evolución natural y cultural continuase, y no se extinguiese, en una guerra total.
Carson descubre, primero, a su enemigo, a quien estudia detenidamente, una esfera rodante, de color rojo, con hendiduras en su superficie, de las cuales surgen tentáculos que utiliza como miembros. Carson se las ingenia para confeccionarse un cuchillo de pedernal, mientras la criatura crea una catapulta, enciende fuego después, y fabrica proyectiles flamígeros, pero no serán sino sus dotes de observación las que, finalmente, le otorguen la victoria. Nuestro piloto será devuelto a su nave, como si nada hubiera pasado, aunque este tenga plena conciencia de haber pasado por una experiencia extraordinaria, que salvó a la raza humana.
El capítulo “Diversión y juegos” (Fun and Games, emitido el 30 de marzo de 1964), de la serie de televisión “The Outer Limits”, volvía al tema del rapto de humanos -por parte de otra inteligencia extraterrestre suprema-, hacia un planeta desconocido. Esta vez, se trata de un boxeador fracasado y de una mujer divorciada, que serían enfrentados a dos seres de otra galaxia, en una suerte de juegos gladiatorios espaciales. Los responsables, habitantes del planeta Andera, llevan una vida perfecta pero aburrida, por lo que llenan sus existencias con esta clase de diversión. Será el mismo tema que se nos cuente en la serie “Viaje a las estrellas” (Star Trek), en el capítulo “Los jugadores de Triskelion” (emitido el 5 de enero de 1968). En este, el capitán Kirk (William Shatner), la teniente Uhura (Nichelle Nichols) y el Sr. Chekov (Walter Koenig), son transportados a Triskelion, para entretenimiento de los “Proveedores”, seres invisibles que se divierten apostando por uno u otro individuo, perteneciente a diversas especies del universo, secuestradas para diversión ajena y a quienes se provee de armas y se mantiene esclavizados, colocándoles un collar punitivo en caso de escape. Estas diversiones propias del imperio romano –así como algunos elementos de la mitología griega- serán repetitivos en varios programas de esta serie legendaria, aunque sólo se tomen sus aspectos más visibles y, por ello, menos profundos. El tema será recurrente en otras producciones de Ciencia ficción, adivinándose por ello, en el célebre “pan y circo”, a una necesidad muy humana, extrapolada a nivel cósmico.
Pero no será sino en el capítulo “Arena” (emitido el 19 de enero de 1967), que los personajes de “Viaje a las estrellas” se encuentren con la idea central del relato de Frederic Brown. En este, la nave espacial “Enterprise”, comandada por el capitán Kirk, es atacada por una nave de combate desconocida, de cuyos tripulantes se desconoce el aspecto, cuando, súbitamente, Kirk se ve transportado a la superficie de un planeta desértico, donde se verá enfrentado a su enemigo, una criatura de aspecto reptiloide, el capitán de la nave atacante, perteneciente a la raza de los “Gorns”. Nos enteramos que los omnímodos Metrones han sido los responsables de trasladar a Kirk, y a su enemigo, a dicho mundo, para que puedan enfrentarse en igualdad de condiciones, y que sólo uno de los dos podrá sobrevivir. Al final, cuando el Gorn se encuentra derrotado, después que Kirk construyera armas primitivas y lo enfrentara, valiéndose, a la vez, de los elementos químicos para preparar pólvora, distribuidos entre las rocas, nuestro capitán hará gala de su sentido de la piedad, para beneplácito de los Metrones, que considerarán que aún hay esperanza en la raza humana.
Still de “Arena” .
Menos ingenioso que el relato de Brown, el capítulo fue escrito por el guionista Gene L. Coon, quien no había leído “Arena” hasta entonces, considerando la suya como a una historia original. Una investigación profunda por parte de la producción, para evitarse demandas judiciales por plagio, dio como resultado el descubrimiento del cuento de Brown, a quien se localizó y llamó para acordar la compra de los derechos. Brown ignoraba el hecho de que no sería, precisamente, su historia la que se vería plasmada en la pantalla, pero las ideas centrales –comunes, en todo caso, en ambos relatos- permanecerían en el episodio una vez grabado.
El conflicto, el rapto y la asociación con el enemigo: “¡Coopera… o prepárate!”, de A. E. van Vogt.
Tan original como influyente, la obra de A. E. van Vogt permitió el desarrollo posterior de las tramas de series televisivas tan importantes como la citada “Viaje a las estrellas”, al dominar los argumentos de la denominada “Space Opera”, con sus conflictos a nivel cósmico, y sus personajes que rigen imperios galácticos.
En “¡Coopera… o prepárate!”, publicado en la revista “Astounding” (en el número de abril de 1942), Van Vogt introduce, aparte del conflicto interplanetario y del encontrarse con el enemigo en un planeta ajeno y bastante peligroso para ambos, el tema de la cooperación forzada entre ambas razas, en aras de supervivencia. Se nos cuenta la caída de la balsa antigravedad del profesor Jamieson a las junglas de Eristan II, infestadas de bestias peligrosas, al lado de su enemigo, un ezwal proveniente del planeta Carson, ser peludo, enorme, y de mayor fuerza, con una gran cabeza azul, donde se alinean tres ojos grises, capaz de leer los pensamientos, y en cuyo cuerpo se combinan brazos y piernas poderosos. El ezwal, perteneciente a una raza alienígena que considera insignificantes a los seres humanos, previamente había invadido la nave del científico, antes que ambos aterrizaran de forma forzada en aquel mundo desagradable.
Al poco de caer, mientras los enemigos se enzarzan en una batalla mental de dimes y diretes, son atacados por aves gigantescas, serpientes y plantas carnívoras, siendo obligados a cooperar a regañadientes para sobrevivir, a pesar de la resistencia que, al instinto de cooperación, opone inicialmente el ezwal. Mientras tanto, una tercera raza alienígena, los rulls, grandes gusanos blancos provistos de ventosas, comedores de hombres pero favorables a los ezwal, baja al planeta, pero el ezwal comprende que las cosas no son lo que parecen, y que la cooperación con el humano es la única vía válida para salir de aquel mundo.
En la película “Enemigo mío”, volvemos al alienígena con forma reptiloide (como aquel Gorn al que se enfrentara el capitán Kirk), que cae, junto con su enemigo humano, el piloto espacial Willis Davidge E. (Dennis Quaid), al horrible planeta Fyrine IV. Davidge y su enemigo, Jeriba “Jerry” Shigan (Louis Gossett Jr.), un piloto de la raza Drac, se ven en la necesidad de ayudarse mutuamente para sortear el ya conocido entorno hostil. Toda clase de bestias, y el mismo medio ambiente planetario y cósmico, materializado bajo la forma de lluvias de meteoritos, atacará a ambos contendientes, obligándolos a la cooperación. Todos los elementos que conforman el cuento de Van Vogt, están aquí, aunque el final, en este caso, cobre visos de profundidad y trascendencia, cuando el Drac encomiende a su hijo, nacido por partenogénesis, en un parto que, indudablemente matará al progenitor, al cuidado de su nuevo amigo, Davidge, que tendrá que cumplir con la noble tarea de presentar en la sociedad Drac a este inesperado ahijado, en un acto con el cual se alcanza, finalmente, la paz entre ambas razas.
Al contrario de lo que sucediera con una producción de “Viaje a las estrellas”, buscando desesperadamente a Frederic Brown para pagarle los derechos de adaptación (aunque se debiera de un caso de coincidencia en cuanto a los temas), la semejanza, o repetición, de los elementos del cuento de Van Vogt, en “Enemy Mine” (cuento publicado en 1979, y aumentado a novela posteriormente), escrito por Barry B. Longyear, y fuente de la cual se adaptara la película dirigida por Petersen, no ha sido reconocido.
Acaso el tema de dos enemigos, enfrentados y aislados que, al final, tengan que sumar esfuerzos para sobrevivir a un entorno, más peligroso que lo que uno pueda representar para el otro, resulte arquetípico después de todo, pues tuvo ya un tratamiento en la película “Infierno en el pacífico” (Hell in the Pacific, 1968). Dirigida por John Boorman, narra la historia del capitán Tsuruhiko Kuroda (Toshiro Mifune) y un piloto americano (Lee Marvin) quienes, durante la Segunda Guerra Mundial, se descubren náufragos en una isla del Pacífico. La película no sólo es relevante por ilustrar el tema, sino por centrarse en sólo esos dos personajes a lo largo del metraje, así como en las grandes actuaciones que llenan la pantalla, en un clásico bélico de la mano diestra del director de la masculinidad, John Boorman.
Recurrentes, estos tres temas de la Ciencia ficción, el conflicto (interplanetario), la caída (o traslado forzado) en un mundo hostil de individuos de las dos razas beligerantes, y la cooperación obligada, por muy fantásticos que parezcan, no son sino reflejo de conductas humanas, trasladadas a la metáfora y hasta la sátira, en toda buena obra que se precie, como las anteriormente citadas.
Bibliografía:
“Los Xipéhuz”, de J. H. Rosny, puede leerse aquí.
“Arena”, por Frederic Brown, puede leerse aquí.
“¡Coopera… o prepárate!”, por A. E. van Vogt en:
Isaac Asimov. La edad de oro. 1942-1943. Las grandes historias de la Ciencia ficción. Roca. Col. Gran Súper ficción. México D. F. 1989.
Herbert Solow, Robert Justman. Inside Star Trek The Real Story. Simon & Schuster. 1997