Por Ali López

La muestra número 60 de la Cineteca, presenta la comedia (involuntaria) mexicana “La calle de la amargura” (México-España|2015) de Arturo “Vaca Sagrada” Ripstein. La cinta, escrita por Paz Alicia Garciadiego, está basada en los hechos sucedidos en 2009; el doble asesinato  de los luchadores La Parkita y Espectrito Jr. II a manos de unas sexoservidoras. La película se centra en mostrar la podredumbre social que contextualiza el hecho, los cómos y porqués de los individuos que conforman la historia, y que son marionetas del destino, un destino poco amable.

La podredumbre se encuentra en todos lados; el guion, las actuaciones, la fotografía y la puesta en escena. Todo en su conjunto es fallido, una línea muerta que sólo tiene puntos de vida en algunos segundos de la película; porque al final de cuentas, hay un cineasta con experiencia detrás de la lente que no permite que lo peor se convierta en pésimo.

Sólo con la escasa visión que permite la fotografía, ya es posible dilucidar los problemas a los que nos enfrentamos. Y no es que la conjunción de sombras y sombras (con algunas luces) sean el pecado original de “La calle de la amargura” sino es que en la posición de la cámara, y de los elementos frente a ésta, no se ve nunca una intención clara. Alejada a años luz de la fotografía de “Salón México” (Emilio Fernández, México, 1949) llevada a cabo por el maestro Figueroa, donde los contraluces y contrastes ayudan al retrato suntuoso del pantano social de los barrios pobres de la Ciudad de México, en la cinta de Ripstein, con la fotografía a cargo de  Alejandro Cantú, la oscuridad parece sólo fungir como velo negro que no permite que veamos gran porcentaje de la película y otro gran tanto de la (nula) gesticulación de los actores. En donde está otro de los errores más marcados.

No es que un cast hecho y derecho en Televisa sea, por sí mismo, un paso hacia el abismo, es que éste es más árido y disparejo que una carretera federal en medio del desierto. Patricia Reyes Spíndola (Adela) y Arcelia Ramírez (Zema) nos entregan personajes y actuaciones que ya tiene tatuadas en el rostro y la expresión corporal; buenas y simples, sencillas y funcionales, planas y cuadradas, porque el texto mismo tampoco les permite salir de esa zona de eterno ceño fruncido y complicada y triste situación social. Nora Velázquez  (Dora)  logra sortear los procesos poco profundos de la telenovela, pero no deja de tener un todo de sobrecogimiento exagerado en todo momento, al igual que Silvia Pasquel (Doña Epi), que al tener un personaje con mayor gamma de situaciones y emociones, otorga una actuación respetable. De Alejando Suarez (Max) es mejor no hablar, pues aún no logro comprender si su participación la película fue seria o fue un homenaje a la Palabra canta, sketch de  “La Carabina de Ambrosio”.

El problema (sí, otro) está en la puesta en escena teatral y lastimera. Hace recordar que Ripstein dirigió algunos capítulos de “Mujer, casos de la vida real” y que en este punto de su carrera hizo gala de esa época y trató de evocarla. No, no sólo por los actores mencionados o la iluminación que pretende ser un ring de luchas y termina por parecer un set de televisión, ni por el arte cliché de la pobreza en México, al igual que el vestuario y gran parte del diseño de producción, es por una ligera tonalidad en los diaologos que los hacen parecer menciones de la CNDH. Emotividades risorias que homenajean el clásico lema: “Uno como sea, pero la criaturas”, y que dan a la cinta un doble sentido, pues ya no es la denuncia fuerte y realista de la condición social en México, sino la obra de teatro escolar que por medio del retrato de lo que “pasa en la vida” busca un camino para la moraleja moralista. Y hablando de la denuncia, atrás quedaron los tiempos donde el sistema tenía la culpa de lo sucedido, en “La calle de la amargura” es este sistema el que puede ayudarnos, pues la denuncia, y la policía, son los únicos capaces de hacer que los ríos tomen su cauce (por mucho que el destino quiera meter sus narices). Y así las secuencias que parecían obra de la CNDH pasan a parecer de la SSP-CDMX.

“La calle de la amargura” avanza por la misma, con mucha pena y poca gloria, con carcajadas involuntarias y risas forzadas de chistes anacrónicos para un tema de escasos recursos.  Sí hay algo de la Muestra 60 que puede omitirse, es sin duda, este filme.