Por Arturo Garmendia

Acomodados y talentosos

Uno de los escritores que ha analizado con mayor penetración la relación entre Buñuel, Lorca y Dalí, Agustín Sánchez Vidal, describe así la trascendencia de estos tres artistas españoles: “Los tres nombres más universales que ha dado España en el siglo XX resulta que fueron amigos íntimos, y que trenzaron sus obras respectivas  con estímulos de afecto, pero también de rivalidad e incluso de decidida hostilidad. […] La importancia de esta relación reside además en su repercusión global, dado que no se limita a anécdotas más o menos sabrosas (de las que está plagada, por otro lado) sino que adquiere categoría de síntoma al decidirse en el seno de ella episodios relevantes como las alternativas a las estéticas puristas de la llamada  Generación del 27, la introducción del surrealismo en España, el nacimiento de un cine de ese signo con ‘Un perro andaluz’ y ‘La edad de oro’ […] De todo esto se habla en extenso en las páginas que siguen” [1]

Aun cuando las personalidades y el temperamento de cada uno de estos personajes era fuerte y diferenciado, como los personajes de Dumas terminaron por amistarse, siendo Buñuel un Portos hosco y malhumorado, Dalí un petimetre jactancioso e inconstante y Lorca un Aramis delicado, elegante y caballeresco.

Como correspondía a hijos de familias acomodadas ingresaron a la Residencia de estudiantes, por aquel entonces la institución educativa española más destacada. En el curso de los años, a partir de 1910, se impartieron conferencias a cargo de Azorín, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Unamuno y Valle Inclán. En años sucesivos serían huéspedes, maestros y conferencistas, figuras como Federico de Onís, Eugenio D’Ors, Henri Bergson, la condesa de Pardo Bazán, Enrique Diez Canedo, Salvador de Madariaga, Gregorio Marañón, Paul Valery, Louis Aragon, Blaise Cendrars, Max Jacob, Paul Eluard, y Ramón Gómez de la Serna,

En 1923 Albert Einstein ofreció una conferencia especial para explicar su teoría de la relatividad. Tras él Madame Curie habló sobre la radioactividad. Le Corbusier ofreció una disertación sobre la nueva arquitectura, Walter Gropius habló del funcionalismo arquitectónico, John Maynard Keynes dio una charla sobre aspectos de la economía. En 1930 se inauguró una exposición de arte mexicano que fue presentada por Jaime Torres Bodet, entonces embajador de México en Francia.

El primero en arribar a la Residencia fue Luis Buñuel, en 1917. Se inscribió originalmente en la carrera de ingeniería, pero muy pronto descubrió que eso no era lo suyo. Dedicó entonces la mayor parte de su tiempo a practicar deportes, en particular boxeo. El siguiente en llegar fue Lorca, dos años después, llamando la atención a Buñuel, quien recordó así su encuentro: “Brillante, simpático,  con evidente propensión a la elegancia, la corbata impecable, la mirada oscura y brillante, Federico tenía un atractivo, un magnetismo al que nadie podía resistirse. No tardó en conocer a todo el mundo y  hacer que todo el mundo le conociera. Su habitación en la Residencia se convirtió en uno de los puntos de reunión más solicitados en Madrid.[2]

En esas condiciones “nuestra amistad, que fue profunda, data del nuestro primer encuentro. A pesar de que el contraste no podía ser mayor, entre el aragonés tosco y el andaluz refinado, o quizás a causa de ese mismo contraste, casi siempre andábamos juntos. Por la noche nos íbamos a un descampado […] nos sentábamos sobre la hierba y él me leía sus poesías. Leía divinamente.  Con su trato, fui transformándome poco a poco ante un mundo nuevo que él iba revelándome día tras día.” [3]

Fue gracias a esta influencia que Buñuel abandonó sus estudios agronómicos para substituirlos por los de Filosofía y Letras. Y no sólo eso, sino que también fue el detonante para que se dedicara intensamente a escribir, en busca de una carrera literaria.

El último en llegar a la Residencia fue Salvador Dalí, cinco años después de Buñuel. De acuerdo con él futuro cineasta Dalí “quería dedicarse a las bellas artes y nosotros, no sé por qué le llamábamos el pintor checoslovaco”. El propio pintor  explica la razón del apodo:

“Mi manera de vestir antieuropea les  había hecho juzgarme desfavorablemente, como un residuo romántico más bien vulgar y más o menos velludo. Mi aspecto serio y estudioso, completamente desprovisto de humor, hacíame aparecer a sus sarcásticos ojos como un ser lamentable, estigmatizado por la deficiencia mental y, en el mejor de los casos, pintoresco. En efecto, nada podía formar un contaste más violento con sus ternos a la inglesa y sus chaquetas de golf que mis chaquetas de terciopelo y mis chalinas flotantes, nada podía ser más diametralmente opuesto que mis largas greñas, que bajaban hasta los hombros, que sus cabellos elegantemente cortados en que trabajaban con regularidad los barberos del Ritz o del Palace […] Esto me inspiró al principio tanto pavor que, cada vez que venían a buscarme a mi pieza creía que me iba a desmayar.[4]

Lorca y Buñuel, en una feria madrileña

 

Sobre este nuevo encuentro Buñuel puntualiza: “Al pasar una mañana por delante de su cuarto,  vi la puerta abierta y le eché un vistazo. Estaba dando los últimos toques a un retrato de gran tamaño, que me gustó mucho. Enseguida dije a Lorca y a los demás:

“–El pintor checoslovaco está terminando un retrato muy bonito.

“Todos acudieron a la habitación, admiraron el retrato y Dalí fue admitido en nuestro grupo. A la verdad, él y Federico serían mis mejores amigos. Los tres andábamos siempre juntos. Lorca sentía por él verdadera pasión, lo cual dejaba indiferente a Dalí”. [5]

En esto último Dalí no estaría de acuerdo. Recordando ese momento escribiría sobre esa especie de presentación en sociedad “La personalidad de Federico García Lorca produjo en mí una tremenda impresión. El fenómeno poético en su totalidad y en carne viva surgió súbitamente ante mí hecho de carne y hueso, confuso, inyectado de sangre, viscoso y sublime, vibrando como un millar de fuegos de artificio y de biología subterránea, como toda materia dotada de la originalidad de su propia forma”[6]

El hecho es que, desde el primer momento, el trío de artistas se reconoció como pares y se tornó inseparable. En el caso de Buñuel y Lorca, el vínculo  se establecía principalmente a través de la poesía. Buñuel reconocía: “Juntos, los dos solos, o en compañía de otros, pasamos horas inolvidables. Lorca me hizo descubrir la poesía, en especial la poesía española, que conocía admirablemente, y también otros libros. De todos los seres vivos que he conocido, Federico es el primero. No hablo ni de su teatro ni de su poesía, hablo de él. La obra maestra era él. Me parece, incluso, difícil encontrar alguien semejante. Ya se pusiera al piano para interpretar a Chopin, ya sea que improvisara una pantomima o una breve escena teatral, era irresistible. Podía leer cualquier cosa, y la belleza brotaba siempre de sus labios. Tenía pasión, alegría, juventud. Era como una llama.

“Cuando lo conocí, en la Residencia de Estudiantes, yo era un atleta provinciano bastante rudo. Por la fuerza de nuestra amistad, él me transformó, me hizo conocer otro mundo. Le debo más de cuánto podría expresar. La admiración que me merece el teatro de Lorca es más bien escasa. Su vida y su personalidad superaban con mucho a su obra, que me parece a menudo retórica y amanerada. «Tú ere mu bruto», me repetía siempre Federico. Y era verdad. A mí, en la Residencia, sólo me gustaba hacer deportes, todos. Me levantaba tempranísimo, como me ha gustado siempre, para correr, hacer gimnasia, lanzar la jabalina, boxear, saltar lo que fuera, y en paños menores. Por eso, a las nueve de la noche, cuando a veces íbamos al cuarto de Emilio Prados y yo me retiraba a dormir, Federico me insultaba. Era la hora en que empezaba a leerles, o a recitar, o a tocar. Y yo me iba a la cama. Y, sin embargo, a Federico se lo debo todo. Es decir, sin él yo no habría sabido lo que era la poesía. Y eso que para él existían dos mundos, el nuestro y el de los inteligentes: Salinas, Guillén, Adolfo Salazar, Moreno Villa… No nos dejaba entrar en él: «No, esta noche me voy con gente inteligente». Luego, con el tiempo, las cosas cambiaron un poco. Yo estaba mucho más cerca de Dalí, de su manera de pensar y todo; pero a Federico le debo mucho más: me descubrió mucho más mundo”. [7]

Buñuel deportista

Sin embargo, algo ensombrecía esta apasionada amistad: la homosexualidad de Federico, puesto que Buñuel era profundamente homofóbico. “Alguien vino a decirme –recuerda Buñuel— que un muchacho vasco afirmaba que Lorca era homosexual. No podía creerlo. Por aquel entonces no se conocía en Madrid más que dos o tres pederastas, y nada permitía suponer que Federico lo fuera. Estábamos sentados en el refectorio […] y después de la sopa dije a Federico en voz baja:

            “–Vamos fuera, que tengo que hablarte de algo muy grave. […]

.“Nos vamos a una taberna cercana.  Una vez allí digo a Federico que voy a batirme con el vasco.

“–¿Y por qué? me pregunta Lorca.

Yo vacilo un momento, no sé cómo expresarme, y a quemarropa le pregunto:

“–¿Es verdad que eres maricón?

“Él se levanta, herido en lo más vivo, y me dice.

“—Tu y yo hemos terminado.

“Y se va.

“Desde luego, nos reconciliamos esa misma noche. Federico no tenía nada de afeminado ni había en él la menor afectación. Tampoco le gustaban las bromas o parodias al respecto.” [8]

Sin embargo el propio Buñuel ha confesado que por esa época solía acercarse a los homosexuales a pedirles algunas pesetas a cambio de una cita a la que nunca asistía o, peor aún, ligarse a un tipo en un sanitario para luego llaar a sus compañeros para darle una paliza. [9]

 

En cuanto a Dalí, una sola cosa reconoce respecto a sus compañeros de la Residencia: “Me enseñaron a ir de juerga”. Y no sólo de juerga, sino también de bronca, dado lo pendenciero que era Buñuel.  En sus correrías solía llevar, además de su grupo de  amigos, a Dalí, en gran medida como provocación dado lo estrafalario de su aspecto, dado que por su aspecto no era extraño que la gente lo insultara por la calle, lo que daba pie a una reyeta, cuando no una batalla campal.

De manera que Buñuel y su grupo solían ir con su mascota a los lugares más elegantes y entraban desafiantes, buscando el menor pretexto para entablar combate.

No todo eran peleas callejeras los amigos también se divertían representando obras de teatro, como recuerda Alfonso Reyes, quien visitó en alguna ocasión la Residencia: “Algunas veces organizan representaciones y fiestas: viejos pasos de Lope de Rueda, églogas de Encina y parodias como La profanación del Tenorio, de que disfruté hace algunos años” , recordó. [10] Además, siendo el padre de Buñuel uno de los provincianos más ricos pronto adquirió un automóvil, en el que el bullanguero Buñuel y sus amigos daban largos paseos en los alrededores de Madrid.

Burla burlando, los años en la Residencia fueron decantando la personalidad de los tres amigos, y conformando sus aspiraciones vocacionales. Dalí siempre tuvo claro que lo suyo era la pintura y dedicó todos sus esfuerzos para descollar en esa disciplina. Todavía como alumno de la Academia de San Fernando, de la que es expulsado realiza, con éxito, su primera exposición individual en Barcelona, dedicando simultáneamente parte de su energía para comercializar su arte, o para teorizarlo, esto último a través de las páginas de la revista L’ Amic de les Arts, en la que también publicará García Lorca.

Federico se encontraba indeciso entre dedicarse a la música o a la literatura, y dentro de ésta se muestra dividido entre la poesía y el teatro. En poesía, Lorca militó en las filas de la eneración del 27, destacando por su narrativa que fusiona la poesía tradicional y la de vanguardia para mostrar el sentido trágico de la muerte, el amor como motor de la vida en el contexto de las injusticias sociales, reflejada en algunos de los textos del Romancero Gitano, publicado en 1928.

Más difícil fue para Buñuel definir un campo de interés. Su amistad con Lorca influyó para que dejara sus estudios agronómicos para inscribirse en Filosofía y Letras, pero aunque se empeñaba en redactar cuentos y poemas confesaba que le era muy difícil hacerlo. A modo de compensación se interesó en el cine, al grado de colaborar en el cine club de la Residencia y ejerer la crítica cinematográfica, pero no fue sino hasta el año de 1929, cuando viajó a Paris que se decantó por esta ocupación.

Dalí y Lorca.

Referencias


[1] Agustín Sánchez Vidal.  Buñuel, Lorca, Dalí. El enigma sin fin. Editorial Planeta. Madrid, 1989.

[2]. Agustín Sánchez Vidal, Buñuel, Lorca, Dalí. El enigma sin fin. Editorial Planeta, 2004.

[3] Luis Buñuel. Mi último suspiro.  Plaza & Janés, 1982.

[4] Salvador Dalí. Vida secreta de Salvador Dalí. Editorial Dasa, 1984.     

[5] Luis Buñuel. Ibid.

[6] Salvador Dalí, op. cit.

[7] Luis Buñuel, Op. cit.

[8] Luis Buñuel .Op. cit.

[9] Ibid.

[10] Cit. en Agustín Sánchez Vidal,  Op. cit.

Por Arturo Garmendia

Arturo Garmendia nació en Coyoacán, el año de 1944. Estudió Arquitectura y Cinematografía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue crítico de cine en los periódicos Excélsior y Esto, así como en diversas revistas académicas y culturales en los años sesenta. Dirigió tres cortometrajes documentales: Horizonte, Chiapas (1972), Junio 10: Testimonio y reflexiones un año después (1972) y Vendedores Ambulantes (1974). Este último fue premiado en el festival de Cortometraje de Oberhausen, Alemania.