Por Pedro Paunero

Algunas películas de Zack Snyder (n. 1966), uno de los directores que más dividen a los espectadores a la hora de valorarlas, presentan escenas reveladoras, verdaderos momentos clave, que pueden tomarse como descubrimientos de lucidez que conjugan o sintetizan su casi totalidad. Acaso por coincidencia, o por exigencias de la trama, estos se repiten en contexto y significado. Se trata de momentos en la historia de sus personajes que nos descubren en realidad quienes son, siempre en relación con los demás.

No se puede hablar de “un cine” de Snyder -no podemos tomar a este realizador como a un “autor”, con todo y lo cuestionable que tenga la teoría-, sino de “sus películas”, que optan por el entretenimiento, la mayoría de las veces pirotécnico, pero sí de un público seguidor acérrimo, absolutamente fanático, que mira sin cuestionar la calidad de su propuesta, al grado que un término, “ZombieSnyders”, creación del crítico y profesor de cine Irving Torres Yllán, engloba, no sin humor, a este tipo de público.

Existe el “SnyderVerse”, y el “SnyderCut”, que prueban, por fan service, que existe un número imposible de ignorar de fans del director capaces de hacer voltear a las productoras en sus demandas y exigencias. Y logran su cometido. “Fanboys de Zack Snyder”, “ZombieSnyders” o simplemente espectadores, las etiquetas no pueden ignorar el fenómeno y, de hecho, lo reafirman.

En un principio,  de zombies fue la cuestión. “El amanecer de los muertos” (Dawn of the Dead, 2004), es la película que puso el nombre de Snyder en la cartelera. Película basada en el guion escrito por el padre del subgénero, George A. Romero, para la película más reflexiva sobre muertos vivientes, “El amanecer de los muertos” (aka. Zombie; Dawn of the Dead, 1978), que introdujo la crítica social -específicamente al consumismo-, cambiaba severamente varios aspectos del original -los zombies veloces, que pueden correr antes de atacar, y la eliminación casi total de la crítica al capitalismo-, en pos de una película de acción. Muy a pesar de Romero, que consideró este remake como un “juego de vídeo” -el gusto del director por esta forma de entretenimiento sería mas notable en una película posterior, “Sucker Punch”-, aportó un soplo de aire fresco al subgénero, obligando al mismo Romero a lanzar una nueva trilogía, conformada por los títulos “Land of the Dead” (2005), “Diary of the Dead” (2007) y “Survival of the Dead” (2009), con su propia carga metafórica y de crítica. A partir de la película de Snyder, lo que siguió en el subgénero, se ha inscrito en la historia del mismo, con series como “The Walking Dead” (2010), adaptación de una serie de historietas escrita por Robert Kirkman e ilustrada por Tony Moore que antecede, por un año, a la película de Snyder, así como de una letanía interminable de películas de mayor o menor calidad, que demuestran la vigencia del subgénero.

Recuerdo cuando vi “El amanecer de los muertos” en el cine, después de mi primera película del subgénero, la barata, pero impresionante -para un niño de once años-, “Virus. El infierno de los muertos vivientes” (aka. Apocalipsis canibal/El infierno de los muertos vivientes; Virus, Bruno Mattei, 1980), tras la imposibilidad de haber visto cualquiera de Romero en pantalla grande, que no en dispositivos móviles. Nos vimos atrapados en un cliché real, el de los espectadores que, como zombies, “abandonan el local” -como dice la canción de Mecano-, ante la doble puerta de metal, cerrada, yo el primero, en mi necesidad de dejar el cine lo más pronto posible y evitar las aglomeraciones. A mi espalda, ominosa, una oleada de gente se acercaba. Todavía bajo los efectos de la película, sentí un escalofrío. La aparición de una chica apurada, disculpándose, antes de tirar del seguro de la puerta, me rescató de la aprehensión. Fuera estaba la calle que desembocaba al río, y el viento para conjurar toda amenaza.

“El amanecer de los muertos” contiene una serie de escenas relevantes, incluso ya célebres, como las que integran toda la secuencia inicial, con la niña patinando y, poco después convertida en zombie en la habitación de sus vecinos, hasta el escape de la chica en auto y la toma aérea -con su homenaje al helicóptero amarillo de la película original de Romero-, y la explosión de la gasolinera. Pero la escena clave, después que los supervivientes escapan en un yate y pasan los títulos finales, se localiza cuando encuentran un bote a la deriva, con una hielera, en cuyo interior se encuentra una cabeza humana cortada, que tira dentelladas. Es el preludio al arribo a una isla, de la cual tienen que huir, porque está infestada por muertos vivientes. El mundo está súper poblado -por quienes fueran humanos, ahora zombies, que han colonizado el rincón más apartado del planeta-, y no hay escapatoria posible. El otro, aquí el zombie, llegará a ser el dominante, y la humanidad tan sólo una anomalía, como aquel científico del título de la novela de Richard Matheson, “Soy leyenda”, el último en un mundo poblado por vampiros (así en “El último hombre sobre la Tierra”; The Last Man on Earth, Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, 1964), mutantes que detestan la luz (en “La última esperanza”, aka. El último hombre vivo; The Omega Man, Boris Sagal, 1971) o, efectivamente, zombies (en “Soy leyenda”, I Legend, Francis Lawrence, 2007), según la adaptación de turno.

Esta película, debido al guion sólido sobre el cual se asienta, poco tiene que ver con el bodrio “El ejército de los muertos” (Army of the Dead, 2021), que mezcla, indiscriminadamente, un robo en Las Vegas, con el trasfondo de una hecatombe zombie.

La caprichosa “Batman v Superman. El origen de la justicia” (Batman v Superman. Dawn of Justice. Ultimate Edition, 2016), película que tiene mucho de la manera de hacer de un libro de Stephen King  -algunas buenas ideas y mucha paja-, incidía en la idea del mesianismo del personaje creado por Jerry Siegel y Joe Shuster. La humanidad se cuestiona la bondad de Superman.  ¿Un semidiós es capaz de ser moral? ¿Qué le impide destruir la Tierra?

Entonces Clark Kent (Henry Cavill) y Bruce Wayne (Ben Affleck), se encuentran en una reunión del perverso Lex Luthor (Jesse Eisenberg), y se dan la mano. Wayne es una persona anti Superman, mientras Kent, por razones obvias, está por darle el beneficio de la duda. Se separan. En una transmisión de televisión se da la noticia de un incendio que ha suspendido las festividades del Día de Muertos en Ciudad Juárez. El cintillo, por cierto, está redactado en mal español: “La celebraciónes para dia de los muertos fueron interrumpidos por un incendio en una fábrica” (sic). Los esfuerzos de los bomberos han sido inútiles. Kent se aleja. Poco después, ya como Superman, lo vemos flotando con una niña rescatada en brazos, que entrega a su madre. Detrás, un muro de fuego. La escena es estereotipada, al grado de la ofensa, y pertenece a esa agenda de Corrección política: cruces recubiertas con flores, hombres y mujeres con la cara pintada de calavera, ellas con flores “a lo Frida Kahlo” como tocado en el pelo, campesinos con sombrero, quitándoselo respetuosamente ante el Superhéroe, y todos estirando la mano para tocar al mesías, y cayendo de rodillas, que nos recuerda que, el marco del Día de Muertos, es sincrético entre creencias indígenas y católicas (de ahí esta tendencia a “venerar” a la figura de autoridad) pero, también, que esclarece la mirada “gringa” sobre “lo mexicano”. Empero, la escena contiene una rara dignidad al margen. Superman se levanta y aparta el rostro, abrumado. Inmigrante alienígena, en una ciudad de migrantes, Kent-Superman no sabe lidiar con la otredad y su propia condición de extraño. La metáfora sobre las minorías está ejemplificada en aquellos quienes ven la transmisión, los meseros que sirven en la reunión, y Superman, hijo adoptivo de granjeros, que repara en ellos, mientras Wayne, un multimillonario esquizoide que se disfraza de murciélago, los ignora, en aras de continuar su indagación en los archivos electrónicos de Luthor.

La escena se corresponde con otra, en el mismo contexto pero en el extremo opuesto, en “Watchmen” (2009), una de las mejores películas de Superhéroes jamás filmadas, sólo superada por la indefinible “Joker” (Todd Phillips, 2019). En “Watchmen”, el Dr. Manhattan (Billy Crudup), le hace el amor (desdoblado en dos) a su pareja, Laurie Juspeczyk, cuya identidad secreta es la de la Superheroína “Espectro de seda II” (Malin Akerman), al mismo tiempo que, por gracia de su poderío, se encuentra bilocado, y trabajando en una máquina de su invención. Laurie se percata de ello -él está dos veces montado sobre ella, acariciándola a cuatro manos en la cama y, a la vez, en otra estancia de la casa- y se lo reprocha dolorosamente. Esta escena única, simboliza el abandono del mundo -su desapego-, por parte de un Súperhéroe tan poderoso que ha devenido en dios. Todo lo humano ya le es ajeno, incluso el amor. Y esta sensación de dolor, impregnada en la escena, se derrama fuera de la pantalla.

La fantasía histórica “300” (2007), con todo y pintar al rey Jerjes (Rodrigo Santoro) de manera vergonzosa, repleta de inexactitudes históricas y cruelmente estereotipada -una magnífica adaptación del cómic de Frank Miller-, dio una escena famosa, que ha devenido en meme, en iconografía pop, aquella en la cual el rey Leónidas (Gerard Butler) arroja, de una patada, al emisario persa a un pozo, al grito de “¡Esto es Esparta!”, dejando claro que, en ocasiones, la otredad se reviste de un carácter invasivo, amenazador y peligroso para el ente común  (la polis de Esparta, recreada para una película  ahistórica en este caso), como tema sesgado de la realidad histórica. La Esparta idealizada de “300”, se opone a la imagen que nos han legado los historiadores: una polis militarista, eugenésica, pederástica y proto fascista, ganada para un alarde de poderío cinemático.

El cine de cualquier tiempo y cualquier lugar abunda en ejemplos ahistóricos o anti históricos, dejando claro que la otredad puede ser falseada y moldeada de acuerdo al mensaje. Véanse, como ejemplos, “la infame cinta “El judío Süß” (1940) de Veit Harlan, que tiene el dudoso honor de pertenecer a la llamada “Trilogía antisemita nazi”, al lado del falso documental “El judío eterno” (Der ewige Jude, 1940), de Fritz Hippler, y la deliberadamente inexacta “Los Rothschild” (Die Rothschilds Aktien auf Waterloo, 1941), de Erich Waschneck (1)

“300” nos legó un meme, como corolario de la lucha por la libertad de los pueblos, en un mal entendimiento de lo que verdaderamente sucedió. Snyder lo dejó claro, la suya no era una película documental, sino una cinta de entretenimiento. Ingenuo quién busque exactitud tanto en el cine histórico, como en la novela histórica.

“Sucker Punch: Mundo surreal” (Sucker Punch, 2011), bien pudo ser la película modélica que indagara en el concepto -y en la noción- de identidad, contando la historia de una chica sometida a una lobotomía -el yo es anulado por un proceso de zombificación, de sometimiento en manos de otros-, pero se decide por una forma de contar dicha historia cercana a un juego de vídeo, en el cual el espectador se perderá, exigiendo una suerte de explicaciones de la trama -más que nada, justificaciones- a cual más tirada por los pelos.

Si bien el cine no se puede reducir a una escena sin menoscabo del contexto general -como la existencia de una persona no debe reducirse a una frase, sin que se afecten sus matices existenciales-, son, precisamente las escenas en estas películas dirigidas por Snyder, las que anudan una parte significativa de su trama.

Veneradas o detestadas, las películas de Snyder demuestran, con estas escenas, un potencial insospechado en el director que nos dio la desopilante “Rebel Moon”.

Notas:

(1) “Nazis y soviéticos: Cine filmado bajo presión (II) Del odio a la posguerra” por Pedro Paunero.
https://correcamara-com.preview-domain.com.mx/inicio/int.php?mod=noticias_detalle&id_noticia=7795

 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.