Por el Anticrítico
Cuando las series de películas se alargan lo suficiente, se convierten en franquicias. Y a todas las franquicias les llega el turno de tener que asumir un relevo generacional. Ir cerrando etapas concretas para inaugurar otras nuevas de modo que una nueva generación de espectadores perciba que están entrando en algo totalmente original e inaugurado expresamente para ellos, mientras que los fans de la etapa anterior, si quieren, pueden permanecer también en el edificio y seguir disfrutando de unos personajes o unas situaciones que les son familiares. Su dinero nunca será despreciado, solo que las coordenadas artísticas que regirán el producto a partir de ahora se adaptarán a los tiempos. Esto no es nada nuevo, lleva haciéndose no solo en el mundo del cine sino también en el de los cómics o en la música desde hace décadas. Ahora le ha tocado el turno de pasar por el aro a la franquicia “Alien”. Como dice el chiste, todos nos hemos vuelto un poco locos y “Alien voló sobre el nido del cuco”.
Este proceso de reinicio teenager de una franquicia lo hemos visto en otras ocasiones, con mejor o peor fortuna. Le sucedió a la saga de los X-men con la (por otro lado estupenda) “X-men first class”. Ahí sí que les salió bien la jugada. Donde no salió tan bien fue, por ejemplo, en la secuela del “Pacific rim” de Guillermo del Toro, que debido a los pobres resultados de la primera parte intentó una maniobra de acercamiento al público que en aquellos días estaba consumiendo los restos de la agotada franquicia de los Transformers, y estrenó “PR Uprising”, una película francamente olvidable que intentaba ganarse a los mismos fans que iban a la sala de al lado a ver “Bumblebee”. Decir que el resultado fue decepcionante es quedarse corto, y por eso las aventuras de los robots gigantes han entrado en dique seco.
¿Qué me ha parecido “Alien Romulus”, este reinicio teenager de la saga de los xenomorphos, tras salir del cine? Me ha generado sentimientos encontrados. Ha sido la típica experiencia de ni sí ni no sino todo lo contrario. Analicemos pues sus luces y sombras (nunca mejor dicho).
Primero, las luces:
Lo que más me ha gustado de esta película es la labor del elenco actoral. Este plantel de actores jóvenes y talentosos hace muy bien su trabajo, y demuestra que nunca se es demasiado joven para tener talento. En especial me ha gustado la labor del actor David Jonsson, que asume con naturalidad los aspectos bipolares de un personaje que bascula entre dos personalidades completamente opuestas, y hasta cierto punto antagónicas. Te lo crees en un extremo de la balanza bipolar y te lo crees en el otro. También es encomiable la labor de las chicas, pues tanto Spaeny como Merced se meten bien en la piel de sus atribulados personajes y reflejan la angustia de verse atrapadas en una situación como esa, de la que saben perfectamente que no saldrán bien paradas. Este brat-pack de reciente concepción dará que hablar en otras películas, y seguro que empezará a cosechar premios en breve, porque es una gente realmente competente.
Eso, por un lado. Por otro, tenemos la labor de Fede Álvarez y su director de foto, así como la de su director artístico, detrás de la cámara. Todos ellos cumplen amoldándose profesionalmente a unos criterios estéticos heredados de entregas anteriores de la franquicia, sin inventar realmente nada nuevo, pero lo hacen con soltura y profesionalidad, lo que ya es decir mucho. Ser un artesano en el Hollywood actual, es decir, una persona que sabe sacar adelante los set up de cámara y dotar a la narrativa de una continuidad en el tiempo y de una coherencia en la atmósfera no es moco de pavo, y aunque parezca fácil, no todo el mundo sabe hacerlo. Fede Álvarez es un artesano solvente que se trabaja bien la atmósfera y el ritmo, y aunque su puesta en escena es rutinaria (en ningún momento su narrativa brilla por sí misma, al nivel de un artista, sino que en todo momento se pone al servicio de las consecutivas escenas de acción encadenadas de las que consta el guion), al menos entrega un material final bien filmado y donde los claroscuros nos remiten, como digo, a entregas anteriores de esta misma saga. Nada nuevo, nada original, nada sorprendente, pero todo calcado con ese saber hacer de los buenos artesanos. Aquí no echas de menos el ojo artístico de un James Cameron o de un David Fincher porque la historia que te están contando, honestamente, tampoco lo necesita.
Álvarez, que es también coautor del guion, se esfuerza por meter un par de planitos bellos en medio de tanto claroscuro. Quizá el mejor, el más poético, sea ese en el que la chica ve por primera vez el sol de su mundo cuando suben hasta la órbita baja. No me voy a poner tiquismiquis analizando esa idea desde la perspectiva del escritor de CF porque la película tampoco está confeccionada con ese grado de detalle, pero mi yo interno no puede evitar llegar a ciertas conclusiones, como que si ellos nunca han visto el sol a pesar de tenerlo a la misma distancia aproximada que la Tierra tiene el suyo, es porque están en un planeta de rotación capturada, es decir, un cuerpo celeste cuya rotación coincide con su traslación. Esos cuerpos, como le pasa a la Luna de la Tierra, siempre presentan la misma cara al astro que les hace de eje de giro. Pero si la colonia donde viven los protas se halla en la cara oscura de un mundo de rotación capturada, entonces debería haber sido presentada como un lugar muchísimo más frío y lleno de hielo, tipo la Antártida, porque tiene atmósfera respirable, y la atmósfera, en estos casos, sobre todo si es respirable por el ser humano (es decir, es la mezcla de gases típica terrestre), siempre se congela. Pero en fin, ya digo que ese tipo de análisis no viene al caso, porque el tipo de producto que es Alien Romulus tampoco es que esté escrito por gente como Robert Silverberg, para que nos entendamos. Su función es otra.
Y ahora, las sombras:
¿Qué historia nos están contando, en el fondo? La siguiente: un grupo de adolescentes explotados laboralmente roban el coche del papá de uno de ellos para irse a rapiñar cosas valiosas que les han chivado que hay en una casa abandonada de las afueras, y cuando llegan allí y se cuelan dentro rompiendo una ventana, descubren con pavor que el dueño de la casa se dejó el perro encerrado dentro. Es eso, nada más, solo que contado bajo el prisma de la ciencia ficción. Por supuesto, el perro tiene hambre, porque hace mucho que su dueño no le rellena el cuenco de friskies.
“Alien Romulus” es un reinicio teenager dirigido al público joven de hoy en día, que ha crecido en un mundo de franquicias y videojuegos y solo busca diversión instantánea y poco complicada. Dentro de estas coordenadas, la película cumple a la perfección con sus objetivos. No tiene absolutamente nada original en su trama, más bien está remendada usando el viejo truco de sacar ideas potentes de las diez películas anteriores y remendarlas de manera que parezca que te están ofreciendo algo novedoso. Pero os garantizo que no hay nada, NADA, que no se haya visto ya en entregas anteriores de esta misma franquicia. Es un collage armado con cierta maña.
Los adolescentes protagonistas hablan en jerga propia de su edad y emplean su tiempo libre haciendo cosas que otros adolescentes considerarían atractivas (en dos escenas distintas vemos que tienen consolas tipo gameboy en las manos, a las que acuden cada vez que se aburren. ¡Dios nos libre de verlos leyendo un libro, pues eso sería demasiado para sus pobres cerebros!). Todos son de extracción humilde y trabajan como esclavos en una colonia minera, pero resulta que uno “roba la nave de su padre” para irse a la órbita baja del planeta. ¿Un adolescente de barrio bajo cuyo padre tiene el equivalente a un Ferrari, que se lo puede quitar cuando quiera para largarse del gueto? Me es difícil aceptar esa premisa. ¿Por qué no se largó antes en el buga de papá, si tenía las llaves en el bolsillo?
La película que tenemos delante realmente NO es un film de terror. Es una película de aventuras, donde una vez que se pone en marcha la rueda de la acción, esta se vuelve frenética y ya no se detiene hasta su conclusión. Es una aventura estructurada como un videojuego, con fases que hay que ir pasando para llegar al final, y cada una tiene su boss o villano específico que hay que derrotar. Me resulta gracioso cómo Fede y su coguionista han cogido las diferentes fases o ideas que involucran la fisionomía del alien y han convertido cada una en el villano propio de su set piece. Por ejemplo, tenemos al face hugger, el primer estadio del ciclo vital, que es, por decirlo así, el enemigo de la primera fase del videojuego. Aquí adquiere la forma de un enjambre de arañas asesinas que tienen dinámica de grupo, por lo que es el típico enemigo colectivo de los primeros niveles del dungeon, tipo plaga de ratas o tormenta de murciélagos. No importa cuántos mates, siempre vienen más. Cuando le llegue su momento, el alien en su fase chest buster también aparecerá, pero dejará paso rápidamente al monstruo en su fase adulta que es el que mola y el que realmente mete miedo. ¡Pero ahora viene un detalle original! La sangre ácida del bicho aquí se usa como algo más que como recurso dramático, ¡y también se convierte en el boss de su propia fase del videojuego! Convertida en obstáculo de un videojuego tipo plataformas, la sangre ácida sube hasta el estatus de final-boss y también tiene su momento de protagonismo en la trama. Seguro que la escena ingrávida en cuestión Fede y su guionista se la imaginaban en primera persona y con un mando de Playstation 5 en las manos.
Un detalle gracioso es que esto de las máquinas que generan gravedad artificial, un viejo gadget de la ciencia ficción, me remite a una charla que di en el marco de Charlas de Cine después de visionar “Alien el octavo pasajero”, hace unos años. En ella dije que la tecnología que se ve en la película de 1979 es falsamente retro, porque una de las cosas que te dejan clara es que la Nostromo no rota sobre sí misma, por lo que no genera gravedad centrífuga. Eso implica, entonces, que tienen tecnología para fabricar gravedad artificial, en plan Star Trek, lo cual no es moco de pavo. En “Alien Romulus” esa idea se usa como punto de trama en el guion.
Una cosa que me molesta mucho del cine de hoy en día es que los guionistas, por mandato imperativo de la productora, deben meter sí o sí a actores de la iteración anterior de la franquicia para generar el cansino “efecto nostalgia”. No dudo de la eficacia de este truco, porque cuando en el caso de Romulus sale el vínculo con la película del 79, que es ese androide con los rasgos digitalmente rejuvenecidos de Ian Holm, oí unos cuantos aplausos en el patio de butacas. Así que sí, el truco funciona para la mayoría de los espectadores. Y sí, genera la sensación esperada de nostalgia en ellos. Somos perros de Pavlov, en el fondo, solo que a diferencia de los mencionados chuchos del conductista ruso, nosotros sabemos que estamos siendo manipulados (¿lo sabemos, en serio?) y nos encanta.
Una idea que se parece a la que comenté antes sobre el mundo de rotación capturada es la de los anillos de hielo de un planeta tipo Neptuno, usados como papel de lija para destruir naves espaciales. Me rindo ante la belleza plástica de esos planos, pero tengo que hacer un esfuerzo consciente para mantener apagada mi parte de escritor para que el conjunto no me parezca una estupidez. Los anillos de estos planetas están compuestos, en la realidad, por gases y minúsculas partículas de hielo y otros minerales, y realmente no tendrían fuerza, jamás de los jamases, para hacer trizas unas naves con un casco a prueba de viajes interestelares. Esa idea de usar el anillo del planeta como fresadora para reducir a escombros el casco de titanio de la estación espacial, como si fuera papel de estraza, es bonita a nivel visual, pero no hay que tomársela muy en serio. Estamos, como el guionista se empeña en recordarnos una y otra vez, en un universo de space opera.
Conclusión final:
“Alien Romulus” es el equivalente moderno a las sagas teenager de los 90, el “Sé lo que hicisteis en la última Nostromo” de este universo. También tiene ecos de la famosa serie de Wes Craven “Scream”, que nos sirve para enlazar con la frase promocional del póster de la película del 79: “In space, no one can hear you SCREAM”. Lo clavaste, Ridley.
¿Es una mala película, Romulus? No, para nada. Es divertida y entretenida, un estupendo pasarratos para un sábado por la tarde. Esa es su mayor virtud pero también su mayor defecto. No nos engañemos: los americanos (y a base de imitar sus tropos, también el resto de las cinematografías mundiales) han refinado en las últimas décadas hasta el extremo la técnica del pasarratos. Son capaces de crear productos de diversión constante e instantánea que rellenen dos horas de tu tiempo, y hacer que salgas de la sala con una sonrisa en tu boca trufada de palomitas. En eso son unos maestros, y Romulus no es sino el enésimo ejemplo de ello. Pero estos pasarratos resulta que puntúan muy abajo, por regla general, en otras cualidades como longevidad y persistencia en la memoria. ¿Seguiremos hablando de Alien Romulus dentro de diez años, y será una película de referencia en el Fantástico? Lo dudo mucho. ¿Seguiremos hablando de Alien Romulus dentro de dos semanas? Lo dudo mucho. Ha cumplido con su función de hacerte pasar un fin de semana entretenido con tu novia o con tus amigos, pero ya está. No le pidas más a un producto de usar y tirar como este porque no hay nada bajo su fina piel nostálgica. Cuando pienso en que pusimos a parir “Alien 3” cuando se estrenó porque nos pareció mala… no sé si me dan ganas de reír o de llorar. Al menos., Romulus no es un insulto directo a la inteligencia humana como lo fue “Prometheus”, lo cual ya es algo positivo.
Me molesta muchísimo el grado de tiranía al que ha llegado la nostalgia en la manera de hacer cine para estas sagas. La nostalgia, usada como herramienta para conseguir que la película logre eso tan quimérico de “gustarle a todo el mundo”, en lugar de una ayuda se ha transformado en un muro de Berlín infranqueable y asesino. Analicemos el caso concreto de Romulus: en este guion no hay ni una sola idea original. Es un refrito de ideas sacadas de las películas anteriores de la misma franquicia (no de otras franquicias diferentes, lo cual responde al principio de que los productores piensan que el espectador quiere siempre “más de lo que ya ha visto y le gusta”; así que no le estés haciendo perder el tiempo con ideas nuevas). Lo de la fémina guerrera protagonista, el papel de los androides en la trama, la obsesión por dejarte claro que el verdadero villano de la función es la megacorporación y que esto no es más que un juego de empresa-despiadada-sobre-trabajador-indefenso… Es lo de siempre, una y otra vez. Ni siquiera el twist final con el híbrido humano-alien es original, pues esa es la idea principal de la película “Alien Resurrección” del 97, en la que ya vimos al hijo bastardo de Ripley. ¡Hasta la manera de morir de ambos híbridos es idéntica! Y por supuesto, puestos a copiar, la película copia hasta su forma de acabar: con ese mensaje grabado por Fulanita, última superviviente de la nave Talesypascuales, justo antes de entrar en hipersueño. Hipersueño es el estado en el que había entrado yo, a base de bostezos, a esas alturas de la película.
La magia del monstruo único, del alien único y hermanado con las sombras que se las arregla para exterminar tripulaciones enteras de humanos súper preparados, se extingue en estas películas en las que se apuesta por la masa, por el ejército de enemigos, para entroncar bien con el mundillo de los videojuegos al que constantemente está haciendo referencia. ¿De qué sirve que mates un face hugger si detrás vienen doscientos más? ¿De qué sirve que mates a un alien adulto si se ha traído a toda su familia de LV-426 y viven todos en el mismo piso? Siempre habrá un bicho más esperando en la recámara, no importa a cuántos mates. Eso destruye, para mí, la esencia del enemigo al que realmente tienes que tenerle miedo, porque es algo que te supera y que está muy por encima de ti en la cadena alimentaria.
Yo creo que estos reboots de franquicias solo pueden gustarte si los enfocas de una de estas dos maneras: o bien eres el público jovencito al que va destinada la maniobra y no has visto, ni te interesa ver, ninguna de las películas anteriores (por lo que todo lo que aparece en pantalla te parecerá fresco y original), o bien te acercas al producto desde una posición meramente sensorial. En este caso, podemos distinguir dos tipos de películas: sensoriales y de descubrimiento. Romulus NO es un film de descubrimiento, a menos que partas de la más pura ignorancia de todo lo que la precedió. Es un film sensorial en el que la montaña rusa de emociones, si te atrapa, puede hacer que te lo pases bien y disfrutes de tus palomitas. Si contigo lo consiguió… me alegro mucho por ti, en serio. Plas, plas, palmaditas en la espalda. Lo disfrutaste, y eso te hizo pasar una buena tarde de domingo. Te tengo sana envidia. Si, como me sucedió a mí, no pudiste dejarte llevar por las meras emociones y entraste en hipersueño… bueno, siempre te quedará el consuelo de llegar a casa y ponerte el Blue Ray de la primera trilogía, que, con sus fallos y sus defectos, sigue encerrando, para mí, al verdadero monstruo.